domingo, 9 de septiembre de 2007

Número 3

Aquí les presentamos el más reciente número de Tramontana, correspondiente al domingo 9 de septiembre del 2007.

A través de este enlace podrán abrir y/o descargar el documento en PDF: número 3.

lunes, 27 de agosto de 2007

Número 2

Desde ayer, domingo 26, el número 2 de Tramontana está en circulación.

Descarga el PDF aquí.

domingo, 12 de agosto de 2007

Consigue aquí la nueva Tramontana

Desde el día de hoy, domingo 12 de agosto, la Tramontana vio la luz en forma de suplemento.

Con ocho páginas, nos da la oportunidad de multiplicar nuestros contenidos y el impacto de dichos contenidos en nuestros lectores.

Agradecemos a los que han sido y son parte de este proyecto. Seguimos adelante gracias al apoyo de todos ustedes.

Para acceder al primer número en formato PDF, da click aquí:

> Link1 (en caso de problemas técnicos, visite el Link 2)

Si no tienes el lector Acrobat para abrir archivos en este formato, descárgalo aquí:

martes, 7 de agosto de 2007

edición del 5 de agosto de 2007



La Tramontana evoluciona

Todos los domingos, desde el 21 de enero, la Tramontana ha llegado hasta usted. Gracias a su interés y aceptación, nos renovamos con el fin de llevarle una publicación de mejor calidad y que cumpla sus expectativas.

Nuestra página surgió con el objetivo de brindar un espacio para que los coahuilenses pudieran dar a conocer su trabajo. A través de crónicas y reseñas viajas a la obra de importantes escritores mexicanos, visitamos otros países y recónditos pueblos abordo del tren.
La Tramontana “el lugar situado al norte” o “el viento que sopla del norte” ha llevado durante 29 números, 27 cuentos, 11 poemas y 20 reseñas y crónicas, ganándonos así la confianza de nuestros autores y llenándonos de satisfacción.
Todo esto no es más que un agradecimiento por su preferencia y la reiteración de nuestro compromiso hacia usted y la difusión cultural. Por esta razón la Tramontana inicia una nueva temporada y a partir del próximo domingo, cada quince días encontrará ocho páginas de Tramontana como suplemento adjunto a su periódico.
En la segunda temporada le ofreceremos no sólo trabajos de nuestros jóvenes, también se publicarán textos de escritores con trayectoria, además de nuestras reseñas y crónicas que usted ha podido disfrutar.
Por si esto no fuera poco y tratando de darle un toque más divertido a la publicación se incluirá número a número cómics y caricaturas de artista coahuilenses y de algunos otros de reconocimiento nacional.
Confiamos en seguir contando con su preferencia y recuerde que todas las sugerencias y comentarios serán siempre bienvenidos y tomados en cuenta. ¡No se pierda la Tramontana el próximo domingo!


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La Tramontana en la voz de su corrector
Por Jesé Avendaño
Al escuchar la palabra “corrector” me vienen tres cosas a la cabeza. Primero: el utensilio que sirve para tapar la tinta cuando te equivocas al escribir y que, aunque corrige, deja una blancuzca mancha. Segundo: el niño o niña (de preferencia con lentes) que siempre corrige al profesor, estudia para los exámenes, tiene complejo de sabelotodo y le parece un misterio el porqué todos lo odian. Tercero: el hombre viejo al que se le ve en todo momento sentado, soplándole a unos libros para quitarle el polvo, y revisando, hoja por hoja, si hace falta un acento o una coma está sobrando. Trabajar corrigiendo un periódico es un poco de las tres.
Considero una falta de respeto para el lector cuando se le ofrece un texto que contiene fallas (sobre todo ortográficas). Puestos que venden tacos de “caveza” o lugares que instalan “bidrios” son ejemplos que hacen ebullir mi sangre. Por eso en la Tramontana se hace el mejor de los esfuerzos y se pone el mayor de los cuidados a la hora de presentar un escrito (aunque a veces se escapen, como veloces ratones, algunas erratas). Ahora que la Tramontana avanza a una nueva etapa, la calidad de los textos será superior, al igual que la atención que se pone en los mismos.
En la Tramontana hemos podido apreciar la técnica narrativa y poética de muchos autores: estilos, contrastes, formas, métricas, ritmos, así como también una muestra del arte gráfico que exponen los artistas. Y lo mejor es que la mayoría de los que publican en la Tramontana son gente coahuilense, lo que les da a sus obras una calidez y un sentido materno que cobija a todos los norteños.
No queda más que agradecer todo su apoyo y comentarios. Gracias a ustedes, hemos seguido adelante. La Tramontana continúa soplando.

sábado, 4 de agosto de 2007

lunes, 30 de julio de 2007

Edición del 29 de julio de 2007


Cien razones para visitar Saltillo:
La Capital del Estado celebra su 430 Aniversario

Este verano, Saltillo es un interesante destino turístico, pues, conmemorando el 430 Aniversario de la fundación de la ciudad, el Festival Viva Saltillo ofrece durante ocho días consecutivos más de 100 actividades para toda la familia.

Es muy deseable que el crecimiento de una ciudad, en términos de edad, vaya a la par con el crecimiento de otros sentidos: educación, salud, economía, calidad de vida. Merece un reconocimiento especial por dicho crecimiento el muchas veces olvidado ámbito de la cultura. Por lo mismo es admirable que para celebrar su 430 aniversario, el municipio de Saltillo se vista de gala con un gran número de eventos, reconocidos no sólo por su calidad y su prestigio a nivel internacional, sino por su capacidad de adaptarse a los gustos de todo tipo de público.

Ocho días de fiesta continua. Más de diez actividades diarias que van desde eventos deportivos hasta conciertos al aire libre. Plazas, parques, museos y calles de la ciudad albergarán este verano los más de cien eventos que el Ayuntamiento de Saltillo, a través del Instituto Municipal de Cultura, trae para sus visitantes.

Escucha...
Este domingo, en punto de las 9 de la noche en la plaza de Armas, el grupo de rock mexicano Plastilina Mosh deleitará al público con su irreverente estilo. Por otra parte, los acordes de la música norteña sonarán en punto de las 5:00 p.m. en el Corredor Narciso Mendoza y el Callejón Sánchez Rojo, con la presencia de grupos de la región.

La ópera también tiene cabida en este festival, y el día de hoy, a las 7 de la noche, el teatro de la ciudad Fernando Soler albergará la Gala Operística, mientras que el próximo martes 31, a las 9 de la noche, Fernando de la Mora estará complaciendo al público que se dará cita en la plaza de Armas.

Además habrá canto nuevo, jazz, guitarra, rock y música ranchera, con la presencia de Emmanuel Abdallah, el grupo La Trinca, 2:3, Jikuri y Sirius, Vintage y Ricardo Rodríguez, para cerrar con el magno concierto del grupo Pesado, el 1 de agosto a las 9 p.m. en la Plaza de Armas.

Recorre...
430 años de historia no pueden cercarse con fronteras, y menos si hablamos de un municipio íntimamente ligado, desde sus orígenes, a la historia del resto del estado. Tal vínculo convierte a este magno evento en una fiesta compartida por los habitantes de todo Coahuila, e incluso de ciudades más allá del territorio estatal.

Dicha importancia y dicha historia podrán reconocerse de forma más cercana en los recorridos guiados que, durante todos los días del festival, partirán diariamente a las 6 de la tarde del Centro Cultural Vito Alessio Robles.

Otro recorrido que vale la pena realizar es el de las diversas exposiciones hospedadas en los museos saltillenses. El Centro Cultural Teatro García Carrillo albergará la exposición "Sarapes antiguos: una historia", en coordinación con el INAH Coahuila. En el museo Rubén Herrera, a partir del viernes pasado, puede visitarse la obra de Ana Gutieszca. La Casa Purcell, por su parte, ofrecerá la exposición "Mi Juárez de todos los días", de Gilberto Aceves Navarro a partir del martes 31.


Este recinto presentará también el ciclo "Las 10 mejores películas de la historia", diariamente a las 5:00 p.m., en la que se incluyen, entre otras: "Cuentos de Tokio", "2001: Odisea en el espacio", "El acorazado Potemkin", "Amanecer", "8 y 1/2", "El Padrino I y II" y "Cantando bajo la lluvia".

Vive...
El teatro, con espectáculos de gran calidad, también tiene cabida en este festival. Además de la participación de grupos de teatro regionales, como "La estufa" dirigido por Jesús Valdés, cuentacuentos y mimos, se ofrecerán espectáculos como "Almacenados", con los reconocidos actores Sergio y Héctor Bonilla.


Estas son sólo algunas razones para visitar Saltillo este verano, y contagiarse con la celebración de la historia y la cultura. Para más información puedes comunicarte al Instituto Municipal de Cultura de Saltillo al teléfono: (844) 4-10-40-02, acceder a http://imcs.com.mx, o visitar los módulos de información turística de la ciudad.

Edición del 22 de julio de 2007


El hombre que pudo sonreír

En esta ocasión incluimos un nuevo cuento del joven escritor Miguel Ángel García Torres (Cuatrociénegas, Coahuila, 1986).


Había en la ciudad un hombre tan rico y poderoso como solitario y triste, que nunca podía sonreír. Él no sabía lo que era carcajear de placer, sentir la falta de aire, clamar piedad debido al dolor de las mandíbulas, o retener el estómago que parecía estallar en repetidas contracciones. Por lo tanto, en vísperas de su muerte, el anciano enfermo decidió que si alguien de su parentela lo hacía siquiera mostrar una mueca de júbilo, quizá del tamaño de un ombligo o de una hebra retorcida, quien lo consiguiera heredaría por completo su fortuna.

¡De inmediato surgió un revuelo entre la familia por conseguir esa dicha!

Los parientes actuaron delante del viejo disfrazados de payasos ridículos y remedos de magos, unos con chistes malísimos y complejos, y los otros con trucos simples y frustrados. Luego comprendieron que se requería de ayuda profesional.

Fue una ardua competencia, pues la búsqueda de talentos para complacer al moribundo resultó interminable, por los innumerables viajes de mensajeros que solicitaban en cada rincón "a la brevedad, personal capacitado para hacer reír".

Enseguida se presentaron en la ciudad, uno tras otro, los más misteriosos circos del mundo, provenientes de los cuatro puntos cardinales, con una gran variedad de personajes interesantes y exóticos. Cada compañía se diferenciaba de las demás por sus coloridos, sus distintos espectáculos y sus extravagantes fieras. Sin faltar alguno, todos los actos se exhibieron al enfermo para hacerle reír. Cientos hicieron lo imposible para obtener algo, hasta despistados que pusieron en práctica lo más rústico de esa disciplina; sin embargo, fue inútil cada esfuerzo.

Algunos opinaban que era como hacer llorar a una piedra. "Parece que ya lleva encima la lápida de su entierro", decían. Incluso otros sórdidamente ironizaban con la idea de la risa del conejo, ésa en la que una serie de impulsos nerviosos dibujan una sonrisa en el enfermo al tiempo de morir.

Muchos pensaban qué inventarían para que el viejo serio y aburrido emitiera al menos un suspiro, o asomara un diente, que dejara entrever una manera. Tiempo después, toda la familia se unió en el intento.

Por los fracasos y bochornos anteriores, se decidió llevar al viejo a una tarima de madera y, ante la población, emitir un comunicado en el cual se ofrecía, a cualquier ser vivo que lograra con el anciano lo que muchos otros no habían podido, la cuarta parte de la herencia. Deprisa levantaron la mano sabios de barbas tan espesas como sus ingenios y bibliotecas, naturistas populacheros, psicólogos perturbados, entre muchos más personajes igual de pintorescos, cada uno con métodos extraños pero infructuosos. Sin embargo, cuando ya no había esperanza, un sujeto andrajoso y demente rogó por una oportunidad.

"Qué hará este desquiciado, que no hayamos intentado con nuestro antiguo arte", comentaban los cirqueros. "¿Dónde se habrá visto semejante insulto a nuestras fórmulas y emplastes?", se escuchaba entre los eruditos. "Esto será divertido", sentenciaban los presentes. "¿Pero qué querrá hacer este desdichado?", dijo uno de ellos. "Lo más lógico para un loco", contestó uno más entre sarcasmos.

Sin demora, el tipo harapiento subió al entablado, se situó delante del enfermo, lo examinó y pidió privacidad para él y el anciano; ambos se ocultaron tras bambalinas. Más tarde, el loco salió muy contento y orgulloso de su resolución. El viejo apareció sentado en una silla y con la cabeza cubierta por una capucha negra. El demente pidió atención al público, ostentando su ingenio innato, y entonces quitó al hombre la caperuza.

La familia y el público en general contemplaron el milagro. El anciano sonreía con ojos llorosos y las pupilas extraviadas (tal vez de alegría). Ésa era una sonrisa para siempre, que jamás se le borraría al acaudalado hombre a pesar de la muerte; ni éste descansaría de presumirla ante sus distinguidos vecinos del camposanto, cuando fuera sepultado en un enorme y tétrico mausoleo, atiborrado de arreglos barrocos; cuando fuera acomodado en el féretro construido con las maderas más preciosas y los forros de piel más tersos; pero sobre todo, cuando fuera acompañado del labio superior y la quijada que le habían sido desprendidos por el loco.
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Se buscan reinas: Contribuya al rescate de la historia

Para conmemorar el 70° aniversario de la Feria de la Nuez de Monclova, Coahuila, el Club de Leones, el Archivo Municipal y el Patronato del Archivo Municipal de esta ciudad buscan rescatar archivos, fotografías y anécdotas relacionadas a la elección y coronación de reinas efectuada en dicha feria.

Si usted conoce a alguna de las reinas, princesa o duquesas que han desfilado por esta alfombra roja, contribuirá al rescate de una de las tradiciones más importantes de este municipio.

Su aportación es bienvenida en el Archivo Municipal de Monclova, ubicado en el edificio del Museo Coahuila y Texas (Plaza Aldama s/n. Col. El Pueblo), o puede comunicarse al teléfono 6-33-88-36.

lunes, 23 de julio de 2007

Edición del 15 julio de 2007


Sobre 'De Boquillas al Mezquite' de Sergio Castillo

Por José Edgardo Valero Olvera

Viejas voces que cuentan las historias del campo son a las que Sergio Castillo Lara se dio a la tarea de entrevistar, transcribir y recopilar para dar vida al libro titulado 'De Boquillas al Mezquite', que figura dentro de la segunda temporada de la colección “La fragua”. Son veinte relatos de comunidades rurales de todo del estado, que se obtuvieron de aquellos que tienen mucho qué contar: los viejos.
Lo que este libro contiene cumple una función antropológica: revivir el pasado de quienes se han servido de él y que en duras circunstancias lo han gozado. Ellos, los ancianos del rancho, que en este tiempo poco les ha llegado de la modernidad, recuerdan mejores momentos. “Yo quisiera vivir los tiempos de antes, porque eran mejor, aunque estábamos pobres".
Si hablamos del campo en México sabemos bien que sus historias son de sufrimiento y carencia, pero en 'De boquillas al Mezquite' también se cuenta de lo bueno que puede ser vivir ahí.
Los relatos son de variada temática, y en muchos de ellos se hacen ver las costumbres y tradiciones de cada ejido, así como sus creencias y su forma de ver las cosas. Algunos son una mezcla de realidad y fantasía, pero cada uno resulta interesante.
Uno de los grandes aciertos de este libro es que en todas las historias se hizo una trascripción fiel de la oralidad de los participantes, y sólo se agregó nota para aquellas palabras que resultan confusas o para ubicar el lugar.
Una parte del libro cuenta las “Crónicas de brujas”. Las señoras María de Jesús Rodríguez, María Véliz Reyes, Juana Rodríguez Sepúlveda y Juana Castañeada cuentan sus experiencias con ellas. Las cuatro dicen historias asombrosas sobre estos seres que aseguran haber visto e incluso matado. “Cuando estaba chiquilla yo estuve en una junta de brujas”, narra la señora María de Jesús.
El paso de la Revolución dejó huellas y fantasmas. María Sánchez García, de 84 años, relata sobre el soldado que mandó matar Pancho Villa para que cuidara el dinero que ahí había enterrado. Además dice cómo un primo suyo murió poco a poco de espanto al verlo. Luego comenta Prudencio Garza Campos, comerciante en Sanbuenaventura: “Yo anduve con Pancho Villa y una vez me quiso fusilar porque pensaba que yo le había pegado las pulgas a la Adelita que traía mi general”. Uno al leer sobre su historia creería todo: que le había comido el mandado a Villa, que asistió con Piporro a la escuela y que el Papa, cuando estuvo ahí, le dio una pomada para “los viejitos que ya no pueden jalar”. Después José María Garza Campos, de 79, hermano de Prudencio, desmiente que haya estado con Villa y además aclara que es muy mentiroso.
Sobre los mineros, Pánfilo Gonzáles de 74 años habitante de Río Escondido cuenta que “es dura la vida de minero, pero también es buena, es muy bonita”.
Me harían falta más cuartillas para hablar de todas las historias que vienen en 'De boquillas al Mezquite', libro que recomiendo leer por su calidad antropológica.

-Sergio Castillo Lara, 'De boquillas al Mezquite' (Colección La Fragua No. 6, segunda época). Instituto Coahuilense de Cultura, Coahuila, 2006, 130 pp.


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La ausencia de ti es el llanto de los caídos

A sandramairallison

Por Sergio Alvizo
La ausencia de ti es el llanto de los caídos,
la desesperación de los tristes,
la lenta duración del invierno

Cuando te ausentas el mundo s e d e t i e n e
La soledad comienza habitar este cuarto que no tiene
ventanas y el s o l de tu llegada no penetra

La ausencia de ti es la falta de calor en mi cuerpo,
es la sed i n a g o t a b l e de los Ríos,

La ausencia de tus labios
el aguijón en el
cuerpo
es el zumbido de
abejas africanas
es el santo sin
veladora

La ausencia de tu cuerpo es el dolor
de la derrota en penales
es la hiel amargo del olvido

la ausencia de ti de tu cuerpo
de tus pechos que manan leche y miel
de tu sexo selva de guerrillas y luchas armadas
centro de ataques.

sábado, 14 de julio de 2007

edición del 7 de julio de 2007

El rockero de ayer, el José de ahora y el Agustín de siempre

Néstor Adame Santos (Monclova, Coahuila, 1984) hace una semblanza del escritor José Agustín. Nos habla de sus influencias musicales y su estilo, dando un recorrido por su obra literaria.

Hace algunos años surgió en la escena de la literatura un joven irreverente llamado José Agustín Ramírez (Acapulco, 1944), quien por muchos años fue severamente criticado y censurado por la hegemonía que en aquel tiempo mandaba en el país. Los críticos intelectuales solamente veían en Agustín a un jovencito lépero, grosero e incongruente cuya calidad literaria era totalmente nula. Pero fueron los mismos jóvenes quienes lo calificarían más adelante, por medio de la lectura de 'De perfil'. Ellos descubrirían un camino que los reflejaba en los suburbios inaccesibles que era la literatura. Entonces así, con el voto de los jóvenes, José Agustín, junto con Gustavo Sáinz y Parménides García Saldaña, abrieron las puertas de las editoriales a muchos escritores, para que abordaran diversas problemáticas. A ellos se les denominó un poco en tono despectivo "La Generación de la Onda", que eran aquellos quienes se identificaban con los jóvenes y que para los críticos literarios no alcanzaban niveles para tener derecho de "hacer literatura". El lenguaje de estos escritores underground dependía mucho de la influencia del movimiento rockero a nivel mundial, de la relación con los hippies, drogas, y la vida en suburbios y arrabales. A través de esto lograron adquirir una nueva voz literaria que en los tiempos modernos se alcanza a leer con una facilidad nata y con una frescura totalmente agradable.
Lo que ha caracterizado mucho a José Agustín ha sido su lenguaje, los juegos de palabras, el escribir como se habla, el captar los modalidades de la voz y acomodarlos en una hoja de papel tal y como son dichos. Ésta es una de las bases principales de la literatura de Agustín, ya que de sus mismas palabras nos señala lo qué es para él ese lenguaje que ha caracterizado a sus obras: "Lo que llaman el lenguaje de la onda es riquísimo y cumple una función social. Se ha preservado porque demostró que necesitábamos dar nuevos nombres a los fenómenos de la realidad: "azotarse" define algo para lo cual no existe el término; deprimirse o entristecerse no es lo mismo. Los "tiras" quiere decir en el lenguaje de la onda, la tiranía. "Aplatanarse", imagínate la consistencia del plátano, ¿podría cambiarse por pereza? ¡No tiene el mismo sabor!", justifica José Agustín, sobre la necesidad de explorar en ese lenguaje y en sus estructuras.
José Agustín es un escritor que nunca se autocensura, que se preocupa por ser lo más honesto posible en sus obras, por temáticas que nos dejan ver la verdadera realidad que le atañe al mexicano. Como buen escritor surgido en los años setentas, Agustín también fue brutalmente conmovido con las tendencias musicales. Es un apasionado de la música: del rythm and blues de Elvis Presley y Chuck Berry; del rock de los Rolling Stones y Bob Dylan; el apenas nacido heavy metal de Led Zeppelin y Black Sabbath; el rock progresivo de Pink Floyd y Frank Zappa. Colaboró también, a base de esta pasión, haciendo críticas de rock en diversas revistas que después serían reunidas bajo el rango de expresiones contraculturales. Fue tanto su gusto por el rock que la llevaría a la literatura para hacer un rock verbal. Lo que los rocanroleros mexicanos no pudieron hacer en los años 60 con una guitarra, Agustín lo consiguió con la pluma.
Las novelas de José Agustín están estructuradas como en pequeños relatos autónomos que llevan un mismo hilo conductor, lo que le ha permitido al autor elaborar diversas ediciones en que reúne algunos pasajes significativos de sus libros.
El cuento es el otro género en que Agustín ha incursionado de manera brillante. Sus libros "Inventando que sueño" (1968), "No hay censura" (1988), y "No pases esa puerta" (1992), fueron reunidos en su antología de "Cuentos completos" (2002).
En 1992, a petición del gobierno, realizará una revisión histórica de los sexenios priístas desde la era del presidente Manuel Ávila Camacho. Surgen los tres tomos de "Tragicomedia mexicana" ―título tomado de una poesía de Salvador Novo―, un ensayo que desmitifica la mirada de la historia oficial y narra, con los recursos propios de la literatura agustiniana, los pormenores tanto políticos como sociales y de resistencia que han prevalecido en la vida mexicana.
En "Dos horas de sol" (1994) el autor comienza a mirar los problemas de la mitad de la vida a través de dos periodistas cincuentones que llegan a trabajar a Acapulco. Al paso de los años se ha visto que la literatura de José Agustín toca temas de la madurez, pero aún así los jóvenes siguen identificándose con su literatura. Agustín es uno de los autores que más lectores jóvenes reúne en cada presentación de sus libros.
José Agustín es un autor que apuesta por la pluralidad para el surgimiento natural de las tendencias, mas que por una forma mítica de hacer cultura. Desmitifica con su forma de ser la figura del intelectual. A través de sus obras se deja ver como un hombre igual a todos, que comparte las preocupaciones del mundo, de su vida, de su generación y su país.
Para las nuevas generaciones de jóvenes, José Agustín sigue siendo nuestro primer clásico juvenil de lecturas obligadas (para quien se precie de ser un joven todavía, tanto biológicamente, como en alma). Y aunque el autor ya ha sido alcanzado por la vejez, será difícil que desaparezca de él ese espíritu juvenil y rocanrolero que lo ha caracterizado por todos estos años. Así que esperemos tener un Agustín por muchos años más. Vida larga para el rockstar-literario José Agustín.

sábado, 7 de julio de 2007

Cien años de Frida
El próximo 6 de julio se cumplen cien años del nacimiento de la pintora mexicana. Para recordarla, Paola Aguirre Praga (Saltillo, Coahuila, 1984) hace una breve semblanza de su vida. Además incluimos dos cartas que la artista escribió para Diego Rivera y Jacqueline Lamba.


Frida: dolor convertido en arte

Frida era como un lazo alrededor de una bomba.
-André Bretón

Por Paola Aguirre Praga
A los dieciocho años Frida Kahlo sufrió un accidente que la obligó a una larga recuperación. Durante este tiempo de dolor, de incomprensión y de frustración aprendió a pintar. Lo más probable es que esta experiencia haya influenciado en la formación de un mundo aparte que se refleja en sus obras.
Su pintura es testimonio de su lucha, de su forma de ser, del tiempo que le tocó vivir. Fue una mujer mexicana, de ésas de verdad, fuertes, que no le temen a nada. El historial médico que entregó a un doctor en 1946 dice que, durante su enfermedad, ella siguió haciendo su vida normal, que no tenía ningún dolor y que podía hacer deporte. Ella le dijo al doctor que después de haberse golpeado el pie derecho contra un árbol, la pierna se le salió y comenzó a adelgazársele y a acortársele. Los doctores diagnosticaron poliomielitis, y el tratamiento fueron baños de sol y calcio. Años más tarde, sufrió un accidente viajando en un autobús de Coyoacán al centro de la ciudad. Una barra metálica la atravesó, ocasionándole once fracturas. Su padre le obsequió material para que pintara y se acompañara durante largos periodos de tratamientos e intervenciones quirúrgicas. Es entonces cuando Frida empieza a pintar y ya nunca dejó de hacerlo hasta su muerte.
Siempre tuvo una gran fortaleza y soportó el dolor sin quejarse: su vida era la pintura. Ella siempre decía que había tenido varios accidentes en su vida y le gustaba ver las cicatrices para recordar lo difícil que había sido enfrentar eso.
En pláticas comentaba que el famoso pintor Diego Rivera había sido el peor de los hombres. Como para cualquiera que espera llenar su vacío interno con una vida en pareja, ser la mujer de Diego fue un motor en la vida de Frida. Diego fue su hombre, su niño, su amante, su amigo, su obsesión, su todo. Ella siempre quiso un hijo y aunque lo intentó varias veces no lo consiguió e incluso puso en riesgo su vida. Sin embargo, tal vez por querer subsanar el hecho de que no podría ofrecer un primogénito a su compañero y al extraño mundo psicológico que Frida y Diego vivían muy aparte de la realidad, su vida sentimental fue de cascos ligeros, ya que los dos tenían relaciones extramaritales consentidas. A él le gustaban mucho las mujeres y ella sufría grandes ataques de celos e inseguridades. Nunca se supo si ella mantenía romances con algunas mujeres.
La vida de Frida es un ejemplo: pese a su dolorosa enfermedad no se limitó a vegetar en una cama ni a quejarse de su mala fortuna. Luchó cada día de su vida y convirtió el sufrimiento y el dolor en arte. Su obra pictórica refleja su vida personal, con tintes surrealistas y de algunas creencias mexicanas. Ella vestía de una manera ciertamente inusual para la época. Cuando se encontraba en momentos de angustia y depresión solía usar ropa de hombre. La mayoría de sus pinturas son autorretratos. Frida pasó mucho tiempo en la cama y sin moverse de su casa, por ello era más fácil para ella pintarse con la ayuda de un espejo. Tuvo una gran capacidad de expresión y aunque muchos critiquen su obra o la califiquen de pintora de medio nivel, tal vez por las formas, su capacidad para transmitir su dolor fisco y emocional mueve la sensibilidad de los mexicanos, especialmente de las mujeres que nos sentimos identificadas con esas ganas de luchar en la vida, de sobrellevar la tristeza y la amargura por medio de algo que nos produce placer momentáneo, como la pintura. “No estoy enferma”, decía “estoy quebrada, pero estoy feliz de estar viva mientras pueda pintar”.


**


Mi Diego:
Espejo de la noche. Tus ojos espadas verdes dentro de mi carne. Ondas entre nuestras manos. Todo tú en el espacio lleno de sonidos, en la sombra y en la luz. Tú te llamarás Auxocromo, el que capta el color. Yo Cromóforo, la que da el color.
Tú eres todas las combinaciones de los números. La vida.
Mi deseo es entender la línea la forma la sombra el movimiento. Tú llenas y yo recibo.
Tu palabra recorre todo el espacio y llega a mis células que son mis astros y va a las tuyas que son mi luz.
Frida Kahlo

A Jacqueline Lamba:
Desde que me escribiste, en aquel día tan claro y lejano, he querido explicarte que no puedo irme de los días, ni regresar a tiempo al otro tiempo. No te he olvidado, las noches son largas y difíciles.
El agua. El barco y el muelle y la ida, que te fue haciendo tan chica, desde mis ojos, encarcelados en aquella ventana redonda, que tú mirabas, para guardarme en tu corazón. Todo eso está intacto. Después, vinieron los días, nuevos de ti.
Hoy quisiera que mi sol te tocara. Te digo que tu niña es mi niña, los personajes títeres, arreglados en su gran cuarto de vidrios, son de las dos.
Es tuyo el huipil con listones solferinos. Mías las plazas viejas de tu París, sobre todas ellas, la maravillosa, Des Vosges. Yan olvidada y tan firme.
Los caracoles y la muñeca-novia, es tuya también, es decir, eres tú. Su vestido es el mismo que no quiso quitarse el día de la boda con Nadie, cuando la encontramos casi dormida en el piso sucio de una calle.
Mis faldas con olanes de encaje, y la blusa antigua que siempre hacen el retrato ausente de una sola persona. Pero el color de tu piel, de tus ojos y tu pelo cambia con el viento de México.
Tú también sabes que todo lo que mis ojos ven y que toco conmigo misma, desde todas las distancias, es Diego. La caricia de las telas, el color del color, los alambres, los nervios, los lápices, las hojas, el polvo, las células, la guerra y el sol, todo lo que se vive en los minutos de los no-relojes y los no-calendarios y de las no-miradas vacías, es él. Tú lo sentiste, por eso dejaste que me trajera el barco desde el Havre donde tú nunca me dijiste adiós.
Te seguiré escribiendo con mis ojos, siempre. Besa a la niña...

Frida Kahlo

sábado, 23 de junio de 2007

edición del 24 de junio de 2007


Mariposas suicidas
Por Emilia de la Cruz


apuestan todo a un sólo día
no hay tiempo para olvidar
a penas para hacerse
de un par de recuerdos
a penas para decir nada
y que la nada sea
a penas para repartir
sus alas como dos besos
a penas para apretar un alfiler
con su carne de alas abiertas
a penas para el vuelo suicida
contra el parabrisas de un auto
a penas para decir "soy"
y no alcanzar a ser siquiera.


Estatuas en movimiento
Por Melina Chavarría


Tus manos son hojas, caen al viento
estremeciendo mi cuerpo sereno
que se ve atrapado por tu veneno:
caricia sutil y leve lamento.

Tus dedos, estatuas en movimiento,
gacelas que se deslizan sin freno
estructuran un territorio ameno:
toman mi pecho como su aposento.

Tus líneas, imágenes del porvenir
bailan con cada uno de mis cabellos,
se encadenan y los hacen resurgir.

En tus manos se basa mi existir,
en ellas guardo los recuerdos bellos
de las pasiones que me hiciste sentir.


Dios es tremendamente erótico e inteligente
Por Lucero Chamé


Dios es tremendamente erótico e inteligente
por eso hizo el mar
y lo hizo en gran medida.
Tal vez la tentación no sabe a fuego
tal vez la condena no quema
la arena es blanda como el vientre
la marea es el movimiento regular
que cubre y abandona la orilla
las olas son la fuerza erosiva
que sacude las costas.
En la séptima ola la corriente se invierte
y fluye alejándose:
es la llamada corriente de reflujo
que arrastra mar adentro
el otro diluvio que Dios no especificó.

viernes, 22 de junio de 2007

edición del 17 de junio de 2007


Cruzar el desierto en tren

Por Cyntia Moncada

Miles de veces vi desfilar esa inmensa máquina cerca de mi casa. Cuando el silbido anunciaba su paso, mis primos y yo corríamos a la calle, agitábamos las manos, saltando y gritando. Imaginábamos que el hombre que manejaba aquel monstruo nos respondía con silbidos: “piiii, piiiiiiiiiiii”.

A veces, cuando el tren nos encontraba ahí, cerquita, nos apresurábamos para ganarle el paso y ponerle piedras en las vías, luego nos alejábamos corriendo, por miedo a ser golpeados por nuestra propia trampa. Minutos después regresábamos a apreciar nuestra creación: un par de piedras lisas, calientes todavía por la fricción. Nos las poníamos en la cara para sentir ese calor, ese leve contacto con un pedacito de tren.

Pero pese a todas las cosas divertidas que significaba ver el tren desde la distancia, desde abajo, por fuera, nunca fueron ni la mitad de emocionantes que verlo de cerca, desde arriba, por dentro.

Nada era comparable con la magia de ver mi mundo desde la ventana del tren: mi abuela saliendo a despedirse, a su lado un perro que al oír el silbido levantaba ligeramente la cabeza. Ver las casas que poco a poco se desvanecían en el desierto y desaparecían lentamente entre las montañas. Nada, nada era comparado con vivir por unas horas en un mundo en movimiento…
**

Solíamos viajar solos mi madre, mi hermano y yo, rara vez mi papá nos acompañaba. Su trabajo siempre era subir las maletas, acomodarlas en su lugar, repartir besos y quedarse parado en la ventana diciendo adiós, junto con la familia de los demás pasajeros.

Siempre he pensado que las despedidas de tren son las más tristes. Aunque sabía que vería a mi padre un par de días después, me daba nostalgia verlo a lo lejos, hacerse pequeñito mientras agitaba la mano.

Buscábamos dos asientos que estuvieran de frente, pero pocas veces podíamos viajar solos, siempre nos tocaban personas extrañas a las que mi madre les ofrecía de nuestra comida.

El primero en desfilar por el pasillo siempre era el boletero, con sus abundantes bigotes, su ceja poblada y esa extraña gorra que llevaba todo el personal: “Boletos, boletos”, “¿a dónde va?”, “muy bien”. Tenía una extraña mirada que se centraba en los boletos y que, una que otra vez, levantaba para saludar a la gente.

Empezaba el espectáculo cuando pasábamos por ese inmenso puente naranja y veía a niños y adultos bañándose en un río al que mis papás nunca nos quisieron llevar. Después todo iba quedando atrás, mi padre diciendo adiós, mi abuela que salía a la calle para despedirnos, el puente naranja y empezaba el desierto.

Veía cómo los arbustos cercanos pasaban rápidamente, mientras los árboles lejanos avanzaban poco a poco.

Siempre descubríamos cosas diferentes: una vez vimos una montaña en forma de volcán, y mi hermano y yo temíamos que alguna vez hiciera erupción cuando pasáramos por ahí. Las liebres se escondían entre la hierba mientras una águila las acechaba y un correcaminos se salvaba de milagro de ser aplastado por un vagón.

De pronto, todo se cubría por una enorme sombra. Era porque pasábamos por en medio de una montaña, donde veíamos detalladamente la forma que tenían las piedras, ¡casi podíamos tocarlas!, e imaginábamos qué pasaría si todo aquello cayera sobre nosotros.

Durante cinco horas recorríamos el desierto coahuilense porque no teníamos suficiente dinero para irnos en autobús y cuando tuvimos un poco añorábamos aquella dicha de no tenerlo. Es más, alguna vez viajamos en primera clase, pero fue horrible: los asientos no podían voltearse, las ventanas no se abrían y tenían unas persiana que no dejaban ver más allá. Sí, había aire acondicionado, sillones acolchonaditos, pero no podíamos correr por los pasillos y mucho menos sacar la cabeza por la ventana. Aquello fue tan aburrido que suplicamos a mi madre no llevarnos otra vez a ese lugar.

A veces, nos encontrábamos a gente conocida. La tía Elva iba siempre a Espinazo y yo me encargaba de mostrarle a Dulce, mi prima, todos mis descubrimientos, como aquel día en que me di cuenta que los vellos de la nariz del boletero estaban a punto de enredarse con sus bigotes, o cuando pensé que el mar que se veía por la ventana era rojo y no azul como el que salía en la tele.

Quizá el momento más esperado era cuando el boletero entraba al vagón gritando: “Paredóoooooon”. Los que iban dormidos se despertaban de inmediato y se dirigían a sus ventanas. Todos los colores desfilaban por nuestros ojos: las enchiladas rojas, las salsas verdes, los refrescos de colores, los cestos amarillos, las frituras rojas, las faldas verdes de las señoras, los pantalones azules de los niños que llevan al lado. Comprábamos siempre enchiladas y refresco de manzana en vaso, en tiempo de calor raspados y en tiempo de frío los señores compraban café para remojar el pan.

Y detrás de aquellas señoras de colores, el desierto. A lo lejos, unos huecos enormes en el suelo. Yo imaginaba que de esa tierra roja sacaban los ladrillos y de la café los adobes, que los huecos eran porque se llevaron tierra de ahí y siempre me preguntaba si algún día se la iban a acabar.

En ocasiones, mi madre llevaba ropa que no nos quedaba y juguetes. Yo aventaba la ropa por la ventana y veía cómo los niños se lanzaban sobre ella y la abrían siempre con cara de sorpresa.

Después de pasar Ramos Arizpe había que cerrar bien las ventanas porque los pandilleros lanzaban piedras. Una vez rompieron la de un señor que viajaba al otro lado del pasillo, pero a nosotros nunca nos tocó vivir esa aventura. Reconocía el lugar porque se veían siempre luces rojas y amarillas por todos lados, pero no veía más: mi hermano y yo nos agachábamos por si algo golpeaba nuestra ventana.

Llegábamos a Saltillo por la noche, rendidos de ver tanto, oler tanto y reír tanto, pero ahí no había papá que bajara las maletas, así que nosotros teníamos que ayudar. Pasábamos una rampa y caminábamos entre mucha gente. El aroma a Saltillo era inconfundible: húmedo y fresco.

Afuera de la estación había una reproducción de máquina, a la que siempre me quise subir, pero siempre era muy tarde y estaba oscuro y teníamos que ir a casa de la abuela…

viernes, 15 de junio de 2007

edición del domingo 10 de junio



La cortina
Gabriel Ignacio Verduzco Argüelles(México, D.F., 1974) estudió Filosofía en el Instituto de Filosofía del Seminario Arquidicoesano de Monterrey y es licenciado en Teología por la Universidad Pontificia de México.

Greta sólo tenía tres años y a su edad volvía locos a sus papás porque Greta era fanática de los crayones. Sin exagerar tendría unos 100 crayones entre los que le habían comprado sus papás, los que le regalaban sus tías y los que ella se traía del kinder. Pero el problema no era que tuviera crayones, sino que Greta gozaba pintando con ellos todo. Y al decir todo es porque ya pintaba un día en el piso, otro día en la pared, que, bueno, habría que decir que todos los niños de tres años hacen eso, pero Greta también pintaba las puertas, los muebles, la loza, la estufa.

El colmo fue cuando Greta pintó la cortina. Su mamá había mandado hacer unas cortinas para la sala que le habían costado carísimas y las cuidaba más que a nada. Un día a Greta se le ocurrió pintar un acuario en una de las cortinas. Ya esgrimía el azul, ahora el anaranjado, un poco de verde aquí, algo de amarillo allá... Greta estaba feliz. Corrió y le habló a su mamá para que viera su acuario. Cuando la mamá de Greta vio aquello, se puso roja, enojadísima, hecha un basilisco. Gritó, chilló, dijo cosas innombrables. Greta se asustó. Sin darse cuenta cómo, su mamá ya le había tomado del brazo y le había dado de nalgadas. Ahora Greta era quien lloraba. "¡Y te vas a tu recámara, niña malcriada!", sentenció su mamá.

Greta se encerró en su cuarto. Pasó una hora, dos, tres, cuatro... su mamá se dio cuenta al fin de que ya había pasado mucho tiempo y se preocupó. Subió a su recámara y abrió la puerta. Cuál fue su asombro al ver que Greta había pintado en la pared un enorme cielo azul con nubes. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando vio volando en ese cielo a Greta, que ahora era ya unos trazos de crayola negra...



Puedo imaginarte

Por F. J. Ingelberts

Puedo imaginarte de cuerpo completo:
con tus tentáculos que me tientan la piel
y me tientan a tocarte;
con los rastrillos de tus dedos que recorren
de dos en dos mi cuerpo,
esos dos dedos figurando piernas,
y con esas piernas que parecen dedos;
con esa boca que libidinosa surge y me urge besarla.
Besar la boca,
besar los labios,
besar suspiros.
Y ver sus piruetas, sus contorsiones corporales
que sin música, sin canciones, llevan un ritmo:
cómo tuerces el torso
cómo encorvas tus curvas
cómo mueves tus muecas.
Y que sin despecho me brindes tu pecho
y que por ese hecho hagamos un brindis.
Pero no te toco.
No te toco mas te asiento
y no miento
cuando digo que resiento
el no sentir tu aliento.
Y en ese asentirte que no me lleva a sentirte
me doy cuenta
que puedo imaginarte de cuerpo completo
pero no puedo palparte.

martes, 5 de junio de 2007

edición del domingo 3 de junio





A ritmo de cuerno de chivo: Élmer Mendoza


"Me importa el claroscuro que significa (el narcotráfico) en la sociedad. Creo que es un valuador de la conciencia. Rechazar o aceptar da una pauta, porque la sociedad también se determina por los crímenes que se cometen en su seno" Élmer Mendoza.


Por Elena Méndez


Élmer Mendoza: Travieso, dulce, sencillo. Voz suave, manos expresivas. Élmer fue mi maestro cuando estudié Lengua y Literatura Hispánicas. Ya sabía algo de él: años antes había publicado


Un asesino solitario, novela que causó revuelo por la gran similitud del magnicidio que sirve como pretexto a la trama con el del malogrado candidato a la presidencia de México, Luis Donaldo Colosio. Recuerdo haber leído la reseña del libro –muy favorable, por cierto- en Proceso.


Ya como su alumna me sorprendió la enorme humildad, carisma y pasión por su oficio que lo caracterizan. Entrelazaba teorías, libros y autores con anécdotas propias y ajenas, haciendo que el aprendizaje fuera más grato. Responde el presente cuestionario vía internet, desde algún rincón de Latebra Joyce.



¿Cómo surge su interés por el tema del narcotráfico?


No tengo un interés especial. Está allí, la mitad de la gente lo admira, ¿por qué? La otra mitad, ¿por qué lo detesta? Me importa el claroscuro que significa en la sociedad. Creo que es un valuador de la conciencia. Rechazar o aceptar da una pauta, porque la sociedad también se determina por los crímenes que se cometen en su seno.


¿Qué lo llevó a escribir una novela sobre espionaje?


El alto contenido épico del género. Creo que es un género en que encaja muy bien un espía irónico, juguetón y con alto sentido de la lealtad. También me dio un excelente pretexto para viajar por varios países donde la novela transcurrió o debía transcurrir.


¿Quiénes le parecen los mejores exponentes contemporáneos de novela negra?


Rubem Fonseca, Henning Mankell, Batya Gur, Paco Taibo II, Michael Connelly, John Connolly, James Elroy, Jean Echenoz, Marco Vichi.


¿En que radicaría la enorme influencia de Juan Rulfo en los narradores norteños, empezando por usted, quien le rinde homenaje en Cóbraselo caro?


Primero en que se casó con una mujer bellísima, segundo en que no temió innovar, sin importarle el mercado, los criterios de algunos en su contra y la mezquindad típica, y tercero su gusto por el silencio.


¿Se considera parte de la llamada 'Narrativa del Norte'? En tal caso, ¿qué tendría en común su obra con la del resto de autores incluidos en ella?


Claro, somos del norte. ¿En común? Que tras ella hay un gran esfuerzo y una apuesta rigurosa por la calidad.


Encontramos en su narrativa una gran intertextualidad con la novela picaresca. ¿En serio? Bueno, el humor nos hará libres y pretendo poner mi parte.


¿Por qué otorga tanta importancia a la oralidad en sus textos?


Es la base de la narrativa y como tal exige perfección. Espero que no se refiera a otra cosa.


¿Qué se necesitaría en México para una efectiva difusión de la lectura?


Dinero. Un plan con sentido educativo por un lado y lúdico por el otro. Participación de los creyentes de la lectura en un programa de trabajo comunitario de fin de semana.

¿Qué perspectiva tiene acerca de la literatura sinaloense actual?


De momento está contribuyendo con cierta calidad a fijar el tipo de sociedad que somos, el lenguaje, la cultura y nuestros sueños de futuro. Espero que tenga más apoyo de los lectores.

(Entrevista realizada el 17-mar-07)


Élmer Mendoza nació en Culiacán, Sinaloa, en 1949. Es Ingeniero Electrónico por el Instituto Politécnico Nacional y Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Forma parte del consejo editorial de las revistas Textos, Literal, Revista de la Universidad y Luvina. Se desempeña como jefe de Literatura en el Departamento de Difusión y Fomento de la Cultura Regional (DIFOCUR).
Ha publicado novelas: Un asesino solitario, El amante de Janis Joplin, Efecto Tequila, Cóbraselo caro; cuentos: Mucho que reconocer, Quiero contar las huellas de una tarde en la arena, Cuentos para militantes conversos; crónicas: Cada respiro que tomas y Buenos muchachos.
Ha sido incluido en las antologías Viento Rojo. Diez historias del narco en México y Nuevas Líneas de Investigación. 21 relatos sobre la impunidad.
Entre sus temas se encuentran Culiacán, la amistad, el erotismo, la música, el narcotráfico, la violencia y la muerte, tópicos que maneja con enorme ironía, ritmo vertiginoso, lenguaje coloquial, gran sentido del humor y una crítica social muy emparentada con la de la novela picaresca.



Elena Méndez (Culiacán, Sinaloa, México, 1981). Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Narradora. Ha participado en los talleres literarios de los escritores mexicanos María Baranda, David Toscana y Cristina Rivera Garza.
Escritos suyos han sido publicados en TEXTOS, La Pluma del Ganso, La Línea del Cosmonauta, Expreso y Milenio; y en www.aviondepapel.com, www.letras.s5.com , www. antilibros.com, www.revistaespiral.org, www.ucm.es/info/especulo y www.homines.com.

Edición del domingo 27 de mayo



El aprendiz

Antonio Sonora (Monclova, Coahuila 1979) es autor de los libros "El diario de los lienzos" y "Piezas para un anticuario". Este cuento forma parte del libro “Manual para inventar viajantes”, proyecto de beca del Programa de estímulos a la creación artística 2006-2007.

Era muy joven para saberlo. Decididamente cuando empezó a escribir lo hizo con todos los riesgos. Erguido ante las estaciones del año elegía cualquier cielo. Lo observaba por horas, registrando los tonos que se transforman en signos, los pájaros que apenas cruzando el atardecer entregan una frase con sus alas. De noche se alejaba a los puentes para ver las luces de la ciudad, su lejana existencia de diminutos fuegos. Lentamente fue cediéndole sus días a las palabras, dedicando su tiempo a los hechizos de registrarlo todo. Pronto empezó a escribir en cualquier superficie. Con una tiza en la mano le bastaba cualquier muro, no le alcanzaban las bardas de los suburbios para un largo poema. En el subterráneo había dejado escrito que la ciudad era una luciérnaga que pronto se apagaría. Dentro de los vagones hubiera querido sacar un brazo para escribir durante el recorrido alguna señal de su furia. Empezó a inundar la ciudad sin importar las direcciones, los escaparates de las avenidas, la propaganda en las estaciones del autobús, las bancas de las plazas públicas. Se perdía cada vez más lejos para buscar más calles. Dejaba de dormir por días enteros y luego se tiraba bajo los árboles, durante siglos. No se daba cuenta que escribiendo de tal forma pronto podría olvidar quién era. Le había entregado su memoria a los pájaros, la historia de sus manos a los paseantes, su sombra a los muros de las calles. Había escrito sobre todo lo que conocía y eso era lo mismo que haberse entregado en todas las cosas. Ahora les pertenecía a todos en todas partes. A los ojos que observaban sus líneas en el subterráneo, a las mujeres que maldecían su tiza en los suburbios, donde estaba escrito que el tiempo era una tormenta de hojas. Le pertenecía a los autobuses donde había anotado que jamás se callaría, a los puentes donde debajo lo aguardaba el poema de una mujer desnuda.

La maldición fue cercándolo lentamente. Cuando quiso continuar en su euforia se dio cuenta que no podía escribir más. Le faltó el corazón arrebatado y los ojos intranquilos. Faltó la pasión, esparcida en tantas noches por todos los rumbos de la ciudad que era una luciérnaga y se había apagado para siempre. Jamás le fue advertido que cuando alguien persiste en la verdad y la encuentra, no debe dejarla en los demás. No le contaron de la ceguera que vuelve comunes las cosas y menos peligrosas las palabras. Había sido dejado a la suerte y liberado al mundo con su rostro sin máscara, con su deseo sin cuidado.

Después de eso tuvo que buscar en los cielos del día la parte de sí que había perdido con los años; buscar en las banquetas de las afueras la violencia de sus manos, su reflejo en los escaparates de las tiendas, su sombra atrapada en los muros de las calles. Así fue buscando pero los lugares se negaban a regresarle los dones. No pudo borrar de ellos las frases que les había concedido. El parque no quiso devolverle su tranquilidad ni su sueño. Los edificios le custodiaron su fuerza y su altura. El atardecer se quedó con los pájaros que tenían cautiva su memoria, haciéndolos volar demasiado alto, detrás de las nubes.

Todavía siguió buscando y regresaba a diario para intentar borrar una palabra de algún muro. Lo hacía con las manos perdidas y los dedos torpes. Pero los sitios se resistían. Una noche, consumido en llanto decidió una venganza. Al amanecer tomó una navaja y se fue rumbo a la ciudad, atravesando los campos. Empezó a escribir con ella en todas partes historias sobre plagas y serpientes venenosas, cuentos de sombras que ciegan el día y multiplican la noche, pasajes de calamidades bíblicas y diluvios. Las escribió en los edificios y estos fueron arrasados, lo hizo en las calles y éstas se abrían tras de sí. Escribió una maldición en el parque y en él murieron todos los pájaros. Antes del alba la ciudad estaba en ruinas. Cuando su venganza terminó regresó a los campos y se escribió en el pecho una puñalada.




jueves, 24 de mayo de 2007

Edición del domingo 20 de mayo




Ahí viene el mudo


Sergio E. Alvizo Revilla (Saltillo, Coahuila, 1985) es estudiante de la licenciatura en Letras Españolas de la U.A. de C., pero su especialidad son las relaciones públicas. En esta estampa nos describe a un particular personaje: “el mudo”.


Ahí está otra vez. Ve cómo carga la camioneta con cajas de frutas y verduras que venderá en el mercado. No sé su edad pero ya es viejo: cuando yo era niño, él ya estaba ahí.


El mudito de la cuadra, como lo conocen, es el guardián de la casa de Toña que todos los días sale, con su familia, a vender al mercado. El mudo es un tipo de expresiones serias, y da a entender su estado de ánimo con sus gestos, acciones y su cara. Su porte y personalidad es como de padrote fregado. Cuando se para en la puerta observa a las mujeres que pasan a su lado como si fueran de su propiedad. Tiene un aire de Pedro Navajas.


Todos los días se afana en cuidar su Chevrolet blanco que tiene líneas azules y un tapizado de periódicos. Siempre se esfuerza en lavarlo.


Un tiempo se fue de la cuadra, no sé si a seguir con su carrera de padrote o a buscar a las mujeres que dejó por ahí. Regresó un día de mucho calor. Yo lo vi llegar: traía un pantalón de campana azul, una playera blanca con flores, un saquito color arena y sus zapatos de tacón cubano. Cargaba bolsas de Soriana, Gigante y recuerdos de su viaje efímero. Las guardó junto con sus otras pertenencias que atesoraba en la cajuela del carro.


Al día siguiente, como si pagara el abandono, arregló afanosamente su coche y lo pintó de azul con rayas blancas. Con pintura vinílica y con un pincel delineaba las líneas de su flamante auto. Creo que este viejo Chevrolet es para él de mucho valor, ya que lo cuida, lo contempla, como un padre a su hijo. Este carro tiene un sistema de seguridad excelente, instalado por él mismo: está amarrado a un poste con cadenas y en la cajuela tiene otra cadena cerrada por un candado. El mudo protege su cajuela como un pirata a su tesoro: en ella guarda bolsas, ropa, comida, libros, revistas, la memoria de su pasado, lo que fue de él, sus amores, sus mujeres y no sé que más.


Por la forma en que se viste pienso que él es una mezcla de Pedro Navajas con Rigo Tovar. La otra tarde lo vi arriba de su viejo Chevrolet. Estaba sentado al volante, observando a la mujeres pasar. Creo que revivía viejos recuerdos de cuando manejaba de noche por el centro de la ciudad, frecuentando cabarets o paseando a una mujer en su Chevrolet blanco, con música de fondo de Pérez Prado o Micky Laure. Él sigue paseando en ese viejo Chevrolet abandonado que tiene periódicos en las ventanas y sus asientos ruñidos por el tiempo. Sigue sentado, viajando en ese Chevrolet que en vez de llantas tiene bloques.


**



Por fin me dijiste adiós


Leticia Espinoza (1985) es originaria de Castaños, Coahuila y actualmente estudia la licenciatura en Comunicación en la U.A. de C. En esta texto aborda la pérdida vista a través de los ojos de una niña.


Siempre era puntual en las mañanas de domingo para acompañarnos a comer.


—Hombre, el séptimo día es para descansar —le decía mi padre a mi abuelo.


Él sólo le devolvía la mirada y le regalaba una rápida sonrisa. Mi abuelo se sentaba para acompañarlo y observaba con tranquilidad lo que mi padre hacía. Nunca los escuché hablar mucho, hasta que llegaba yo a romper el silencio con mis correteos y el clásico:


—Hola güelito, te traje naranjas.


Comer naranjas juntos era el pretexto ideal para reclamar su atención y bastaban unos segundos para tener a mi abuelo jugando a la pelota o sacándole punta, con su filosa navaja, a mis colores de madera.


Me atrevo a pensar que fui la nieta más envidiada por mis primas. Era la más pequeña y con mi carisma infantil esperaba a mi abuelo cada domingo. Me emocionaba cuando a lo lejos lo veía con su andar ágil, sus ropas caqui, su sombrero. A veces iba apoyado de una garrocha y seguido por dos o tres perros.


El abuelo era travieso y curioso. Lo extraño. Sucedió una tarde. Alguien avisó a mis padres que no encontraban al abuelo. Optimista, pensé que tal vez había decidido caminar un poco, como solía hacerlo (me platicaba, muy orgulloso, cuánto había caminado de joven pastoreando ovejas. Cuando veíamos las lomas, me repetía: “Allá, mija, todo eso que ves, lo caminé yo”).


Los días parecían iguales. La niebla y la incipiente lluvia los hacía idénticos. Mi vida continuaba entre risas y muñecas, pero en el fondo deseaba que la lluvia parara porque mi abuelo ya estaría muy empapado. Necesitaría entonces un baño caliente y un caldito de pollo, lástima que yo no supera cocinar.


La familia era un desastre. En cada rincón había gente con caras largas y a diario llegaban a preguntar si ya teníamos noticias del abuelo. No sé cuántas búsquedas se organizaron. La desesperación nunca me invadió: sabía que tarde o temprano lo hallarían.


El día que lo encontraron yo lo esperaba ver algo enfermo, así que decidí ponerme un vestido rojo y blanco de cuadritos, mi favorito, y mis zapatitos blancos. Pensé que le daría gusto verme así de linda para él, como cuando me llevaba al circo. Legué a un espectáculo de lágrimas y ya no pude verlo: su caja estaba sellada.


Creo que me la pasé consolando gente ese día y sólo me preguntaba porqué el abuelo no se había despedido de mí, eso era lo que me ponía triste. Durante meses me pregunté lo mismo.


De niña sólo recuerdo uno de mis sueños, el mejor de todos: estábamos, como de costumbre, papá, el abuelo y yo. Caminábamos en una loma y de pronto mi abuelo dijo:


—Hasta aquí, mija, váyase con su papá. Yo tengo que seguir solo —sonrió y me dijo adiós.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Edición del domingo 13 de mayo



El negocio de doña Karla
Por Alicia E. Bernal C.
Todos los días por la mañana se levanta la señora Karla a abrir su tienda. En ella hay maquinitas y tiene clientes que a diario van y ahí se encuentran.
La señora Karla tiene 67 años aproximadamente, mide 1.75 más o menos. Ella siempre está muy alegre, de vez en cuando se pone a pelear con un grupo de muchachos que sólo van a su negocio a hacerle desastres, lo que le molesta porque tiene sus cosas en su lugar y no le gusta que se las desordenen, como hacen los muchachos que se juntan afuera de su tienda.

Mi vecino Nacho
Por Azucena García Zavala
Es moreno, alto, tiene 14 años, es algo empalagoso y noviero. Cuando se trata de apoyarte él está ahí, te sabe explicar muchas cosas, pero si te explica algo más de cuatro veces se desespera. Es sincero y simpático. También pienso que ayuda a la comunidad pues ayer le ayudó a una viejita a pintar su casa. Es un buen amigo.

Un lugar santo
Por Alejandro Torres
La Iglesia es un lugar al que va toda la gente católica. Atrás del templo vive un padre que se llama Marcos, él da misa todos los domingos. Cuando hay bodas, XV años, bautizos y en cada misa que se celebra, un grupo de jóvenes cantamos. Hay también un grupo que ayuda a la gente necesitada, llamado Cáritas.

Salubridad y ecología en la Secundaria 85
Por Abigail Rivera Santellana
La escuela Técnica Número 85 es muy grande porque tiene mucho terreno y está bardado. Tiene 22 salones que cuentan con aire acondicionado. Cuando nos ponen a limpiar salen víboras o tarántulas y otra clase de animales. Hay un techado para educación física y una cancha en el arroyo. A veces, cuando nos toca taller, nos salen algunos animales y les hablan a los intendentes para que vayan a matarlos.

La plaza del barrio
Por José Luis Carreón Ortiz
La plaza del barrio tiene algunos juegos como columpios, resbaladeros, sube y bajas. Tiene muchas bancas donde las chavas se sientan a platicar y los chavos a veces se ponen a jugar en una cancha que también está ahí.
Algunos días se ponen puestos alrededor de la plaza a vender y los carros se estacionan de modo que no dejan pasar. Hay pinos y otros árboles y está cercado para que no se caigan los niños.

El río de Castaños
Por Luis Carlos López Flores
Es un lugar donde hay mucha vegetación, plantas, árboles y demasiados animales que molestan y pican mucho. En el agua hay una especie de planta que crece dentro. El río se caracteriza principalmente por tener un puente muy grande de color rojo, por donde pasa el tren. Con el paso de tiempo el río se fue secando y acortando su trayecto. Actualmente ya no tiene agua y está contaminado por la basura que tiran.

Bocatoche: un río abandonado
Por Noé Isaí Costilla Flores
El río es un lugar en el que hay agua, pescados, víboras y las personas van y se bañan. Está sucia porque las gente tira basura y contamina el agua. Van marihuanos, pero la policía va muy poco para allí y no hace nada. Hay una tienda pero tienen pocas cosas. El puente está rayado y en malas condiciones. Los alumnos del CECYTEC y de la secundaria 85, cuando no entran a clase, se van para allá a bañarse y hacer desastre.

El diablo en Castaños
Por Alan Gómez Macías
Una vez en un edificio muy alto, en la ciudad de Castaños, haba un baile. Uno de los niños que jugaba debajo de las mesas, vio una pata de gallo y una de cabra. Éste gritó y entonces el diablo se desvaneció al ser descubierto.

La leyenda del Asís
Por Rolando Omar
En la ciudad de Castaños, hubo un baile en un salón llamado Asís. Una chava preciosa estaba sentada y un chavo fue a sacarla a bailar. La chava, emocionada por el baile, le mira los pies y vio que uno era de gallo y otro de cabra. La muchacha, asustada, se desmayó y la gente corrió por todos lados, mientras que el diablo desaparecía.
***

Por una conciencia ambiental

Juan Carlos Ramírez, estudiante de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Coahuila

La problemática ambiental que en la actualidad nos aqueja, no es una cosa que se estudie en un laboratorio lejano o esté afectando a lugares desconocidos para nosotros, es un problema de cada día: el aire que respiramos está contaminado, el calor es más intenso, los incendios forestales no dejan de ocurrir y la carencia del agua en distintas partes.

La Universidad Autónoma de Coahuila entendió que no sólo era necesario quejarse de la problemática ambiental, sino actuar, y así, a través de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, ha puesto en marcha un proyecto radiofónico llamado “Ecos de la naturaleza… Escuchando nuestra tierra”. Este programa pretende concientizar a la sociedad respecto al cuidado del medio ambiente, ya que no sólo es proteger árboles, flores y cosas por el estilo, sino tu hogar, tu región, tu vida.

¿Por qué la radio? El mejor auxilio que podemos encontrar recae en los medios masivos de comunicación, pero especialmente en la radio, pues es una herramienta que permite reforzar la educación ambiental de manera fácil, económica y agradable, gracias a las posibilidades que nos ofrece. La radio siempre está presente en lugares difíciles de llegar, por eso este es el medio ideal para cubrir la imperiosa necesidad de abordar este tema y tratar de comunicarlo a toda la población coahuilense.

Este radioprograma no es uno más que sólo se planea y se empieza a transmitir. Tiene la particularidad de que ha sido producto de toda una investigación, por lo que tiene una estructura bien definida y planeada con el fin de comunicar, no simplemente informar.
Por el momento podremos escuchar este programa a través de la frecuencia de la radiodifusora del gobierno estatal, Radio Gente (93.9 FM), en Monclova, todos los viernes a las cuatro de la tarde. Los invitamos: realmente vale la pena.

jueves, 10 de mayo de 2007

Edición del domingo 6 de mayo


Rostros de Borges

Durante los próximos meses estaremos comentado, desde la mirada de los jóvenes, la obra de diversos escritores latinoamericanos. El primer turno es para uno de múltiples rostros: Jorge Luis Borges.

Por Miguel Gaona
En el retrato de portada, la mirada gris y ciega dirigida al cielo invita a suponer una plegaria. Sin embargo, negada la visión al retratado, tal gesto –las pupilas apuntando a las alturas– podría significar no pocas cosas. Permitido el arbitrio: la terquedad de un rostro que recuerda la búsqueda continua en los estantes altos de una biblioteca.

Otro de los rostros de Borges es el del maestro, memorioso. Otro, el del poeta, rico en sus búsquedas formales y quizá algo parco en lo emotivo: adorador, por encima de todo, del lenguaje. Otro más el del narrador, intelectual y prodigioso arquitecto de ficciones. Otro el de abnegado hijo. Y otro, muy parecido, de abnegado hijo de Argentina.

En los tres años anteriores a su muerte, ocurrida en 1986, Jorge Luis Borges mantuvo numerosos diálogos radiofónicos con su compatriota Osvaldo Ferrari. La mayoría de estos diálogos fueron transcritos y publicados en una selección amplia entre 1985 y 1987, y fueron seguidos en la imprenta por otro volumen aparecido en 1999, que registra los últimos diálogos de esta larga serie, que por motivos legales habían permanecido inéditos.

Estos diálogos, los últimos, que aparecieron bajo el sello de Editorial Sudamericana, en la serie Señales, bajo el título Reencuentro. Diálogos inéditos, fluyen con la naturalidad de una conversación, pero son dirigidos hábilmente por el entrevistador hacia los derroteros secretos y conocidos a los que la obra borgiana conduce. Quedan plasmados ahí los intereses, manías, opiniones, divagaciones, arrepentimientos, capacidades e incapacidades del genio argentino.

A través de sus diálogos, los rostros de Borges enlistados arriba no se condensan, sino que se suceden e intercalan con una velocidad prodigiosa, como las cartas en las manos del tahúr.

En ellos, emulando la enumeración que el autor hace en el cuento señalado, pueden verse a través de su lucidez y su memoria –increíbles ambas– el cielo y el infierno; la llanura sureña y los rincones del mundo donde esta llanura fue rememorada; un puñado de poetas ingleses, irlandeses, americanos, argentinos; ciertas revistas y la revelación sobre cada una de sus letras; el mar y su indecible canto; películas atravesadas por la emoción y por la crítica; sanatorios de Palermo, de la calle Brasil y de calles y pueblos inventados; los sabios griegos y judíos; su propio rostro, el de Borges, desde incontables perspectivas; la amistad y su eco en las letras de su patria; un crepúsculo europeo y una aurora texana; madrugadas perdidas en las orillas de Buenos Aires; historias universales de la infamia y de la dignidad; metáforas deportivas, religiosas, bélicas que la realidad ha construido, entre muchas otras imágenes que se entrecruzan con las ya mencionadas, modificándolas o modificándose en ese tránsito.

En su prólogo a la primera publicación de sus diálogos con Ferrari, Borges dice: “Unos quinientos años antes de la era cristiana se dio en la Magna Grecia la mejor cosa que registra la historia universal: el descubrimiento del diálogo. La fe, la certidumbre, los dogmas, los anatemas, las plegarias, las prohibiciones, las órdenes, los tabúes, las tiranías, las guerras y las glorias abrumaban al orbe; algunos griegos contrajeron, nunca sabremos cómo, la singular costumbre de conversar”.

Y es en esa singular costumbre que Borges parece deleitarse usando el recuerdo y la perseverancia —dotes intelectuales, ideales, del lenguaje y la cronología— como armas principales contra la muerte y el olvido.

Jorge Luis Borges, Osvaldo Ferrari. “Reencuentro. Diálogos Inéditos”. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1999. 240 pp.

sábado, 5 de mayo de 2007

Edición del domingo 29 de abril


Ese niño que fui yo’


Nunca se está solo

Por Miguel Ángel Torres
—Es que no veo que convivas con tus compañeros —dije inquietado aquel mediodía—. Me preocupas, en serio. Siempre estás allá arrinconado, hablando… a la pared… No estás enfermo, ¿verdad? Si es así…
—No, para nada —me respondió tímidamente—. Estoy a gusto así, en silencio.
—¿Sin personas a tu lado y sin nada qué hacer? ¿No te fastidias?
—No, profesor; además nunca estoy sin nadie a mi lado, como usted cree.
—Ah, ¿no? Entonces tienes amigos en algún rincón de esta escuela.
—Sí, hace un rato estaba conmigo a la que más estimo, pero no se lo diga, por favor. Es mi mejor amiga, aunque ella no lo sepa.
—¡Ajá! Ella... ¿Y dónde está?
—Se acaba de ir.
—Y salió volando, se esfumó, ¿o qué? No vi salir a nadie.
—Usted no la miró porque ella no es humana.
—Bien, de acuerdo… Pero cuando estés solo, como ahora, por ejemplo, si deseas compañía, ¿me lo dirás? Platicaremos de ti o de lo que tú quieras.
—Puede que sí… o que no. Es que ella me frecuenta mucho y a veces, cuando todos se han ido, me aguarda a la salida, y la verdad no me gustaría dejarla esperando. ¡Pero cuando me le escondo, siempre da conmigo! Es increíble, surge de la nada… Ya me voy, con permiso, es hora de salir.
—Y ya que no aparece esa amiga tuya, si gustas, te llevo a tu casa para que no te vayas así.
—No, gracias, profe… No se moleste. Por ahí ha de andar ella. En cualquier momento me sorprende la Soledad.
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La libretita del mar
A mi ahijado Dieguito
el rayito que cambió sentimientos
Por Néstor Adame Santos
En un pueblo caluroso, vivía una niña llamada Mónica quien nunca antes había salido de vacaciones. Cuando fue Semana Santa la hermana de su papá la invitó a conocer el mar. La niña nunca antes había estado lejos de sus hermanos. Uno de ellos le regaló una pequeña libretita que había pertenecido a su abuelo. Ese regalo era lo único que el muchacho conservaba como recuerdo del fallecido patriarca. Su hermano Pepe no contaba con suficiente dinero para comprar otra libreta común y corriente y con mucho pena le regaló la libreta a Mónica, con el fin de que ahí la niña anotara todo lo que viera en la playa y después se los enseñara a ellos, que en esas vacaciones no saldrían más que a la tienda por los mandados.

Mónica llegó a la playa y se asombró al ver tanta belleza transformada en agua. Ella pasaba las tardes sentada en la arena anotando y describiendo todo lo que veía; describía cómo eran las palmeras, cómo rugía y chocaban las olas del mar, el vértigo que se sentía al pasear en una lancha, el aspecto y misterio que tenían los navegantes, las pláticas divertidas que sostenía con los viejos del lugar, el sol que le quemaba hasta los huesos, las noches en que se despertaba para describir, por la cortina de su ventana, a la luna. Todo esto quedó impregnado en la libretita que nunca escondió página alguna para que Mónica plasmara todo lo que veía.

Cuando Mónica regresó con sus hermanos, ellos quisieron saber qué había visto y escrito. Abrió su libreta y en la primera página, sorpresivamente, saltó una enorme palmera. En la segunda hoja brotó un furioso mar que invadió toda la habitación en la que se encontraban y la libreta se perdió con el alboroto. Las hojas se iban abriendo y de ellas saltaban varias cosas: un sol maravilloso que se colocó en lo más alto del cielo, la arena que se regó por la planicie del pavimento, las palmeras que sustituyeron a los postes de luz que están en las esquinas y hasta los viejos en sus lanchas arribaron hasta donde los niños estaban. Ellos, sorprendidos y encantados por la magia del mar, se olvidaron de la libreta y se arrojaron al agua para disfrutar del paraíso que la libretita había trasladado a la ciudad. Las hojas gastadas de la libretita se volvieron a hundir en las profundidades de ese sorpresivo mar. Y se quedaron ahí, esperando unas nuevas manos para que la rescatasen.
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Charco alegre

Por Melina Chavarría
Lula y Lucy eran buenas amigas: ambas vivían en Charco alegre, junto con la banda de las ranas que siempre se burlaba de ellas. Decían que Lula era una libélula tan opaca como el cemento y Lucy en vez de parecer una luciérnaga parecía un caracol, por lo despacio que volaba. Pero sobre todo, decían que las dos estaban tan viejas como Lola la tortuga.

Lula y Lucy trataban de no darle importancia a esos comentarios, pero en el fondo sabían que eran verdad: cuando Lula era niña su padre siempre la discriminó por ser, de sus hijas, la más fea y gris. Por otro lado, Lucy nació con las alas muy pequeñas y por lo tanto era muy torpe y lenta a la hora de volar.

Una noche, las dos contemplaban el cielo. Esto lo hacían una vez por semana y la regla era observar el firmamento pero en total silencio. Sin embargo esta noche fue distinta porque Lula rompió la regla y dijo:

—Lucy, quiero confesarte que siempre he deseado ser como tú.
—¿Quééé? — contestó Lucy.
—Es que eres tan luminosa. Ya ves, gracias a ti no tenemos que pagar el recibo de la luz. Y yo soy tan gris, me veo más vieja, en cambio tú…
—Pues si a esas vamos, confieso que yo también quisiera ser como tú —interrumpió Lucy.
—No bromees con eso, Lucy.
—No bromeo, Lula. Mira, tú posees una enormes alas. Cuando las ranas nos molestan siempre me llevas en tu espalda porque yo muy apenas y puedo volar. Gracias a ti las ranas no me han comido.

Ambas se rieron y guardaron silencio. Se sentían felices al saber que se admiraban mutuamente. Después de unos minutos, Lucy interrumpió el silencio:

—Ahora entiendo el porqué somos amigas.
—¿Por qué? —preguntó Lula.
—Porque ambas tenemos defectos que complementan nuestra amistad.
—Nuestros defectos han ayudado a que tú y yo podamos sobrevivir, ayudándonos la una a la otra.

En ese momento Lula y Lucy se abrazaron. De repente, de la luna salió un rayo de luz que iluminó Charco alegre. Todos los insectos, Lola la tortuga y hasta la banda de las ranas salieron de sus casas para ver lo que pasaba.

—¿Vieron eso? —preguntó Lola la tortuga.
—Sí. Pos nosotras estábamos croando cuando de repente una lucezota nos hizo callar —contestó una de las ranas.
—Lo único que yo vi fue que la luz vino desde la casa de la Lula y la Lucy —dijo otra de las ranas.

Así estaba la comunidad, discutiendo sobre la misteriosa luz cuando un insecto volador no identificado salió de entre las ramas.

—¡Chequen eso! —exclamó una rana.
—Es una libelulota —dijo otra.
—¡No’mbre, que no ves que brilla! Es una luciérnaga —aclaró Lola la tortuga.

El misterioso insecto tenía enormes alas al igual que una libélula pero su parte trasera brillaba cual luciérnaga. Era el insecto más hermoso que habían visto.

Desde esa noche nadie volvió a saber de Lula y de Lucy: ambas habían desaparecido de Charco alegre.

Edición del domingo 22 de abril


La imaginación Perfecta
En este texto Jesé Avendaño (Saltillo, Coahuila, 1986) reseña la más reciente novela de la escritora Carmen Boullosa (Ciudad de México, 1954).

Al finalizar la lectura de “La novela perfecta”, de la mexicana Carmen Boullosa, ganadora del Xavier Villaurrutia, consideré oportuno revalorar el término que le damos a la palabra "perfecto". ¿Cuántas veces pronunciamos esa palabra en situaciones incorrectas? Tenemos al típico personaje oficinesco que presume su mayor defecto: "soy muy perfeccionista". O a la pareja de novios que, con toda la melcocha del mundo, se dicen al mismo tiempo: "eres perfecto para mí" y rematan con un profundo suspiro. Observé que nuestra "perfección" es nada, comparada a lo que pasa en el libro; ésta sí roza con la cualidad de los dioses.

¿La que voy a leer será una novela perfecta? En seguida inicié la lectura para sacarme de dudas y encontré una novela casi móvil (muerde como perro furioso) que reta al lector, lo sorprende y le hace bromas, todo en un espacio de menos de doscientas páginas. Abran la boca y prepárense para el sensor que insertaré bajo sus lenguas.

El inicio, elemento principal para enganchar al lector, es muy tentador: una persona nos quiere platicar algo pero asegura que no le vamos a creer. Esto te atrae para seguir la lectura, porque el autor te predestina a que lo que ocurre es algo verdadero pero increíble. Todo empieza con un novelista, holgazán y mantenido, que no se decide a escribir su segunda obra. Él tiene la gran novela dentro de su cabeza (como todos), pero hace tiempo que no se sienta para escribir.
Situado en Nueva York con su esposa, una abogada, no tiene graves problemas. Es entonces cuando un vecino suyo, Paul Lederer, lo invita a escribir esa novela... pero a escribirla fielmente, expresarla tal cual es, que los lectores “la vivan” y no simplemente la lean, porque «las frases son siempre coladeras, siempre tienen hoyos, siempre hay un espacio, así sea infinitamente pequeño, donde el lector puede escurrírsele al autor». En otras palabras: maquinarán la novela perfecta.

Con ayuda de un software inventado por Paul (incluidos sensores en la boca), la máquina puede recrear todo lo que ocurre en la mente del protagonista: pero no recrear como en una pintura o en una función cinematográfica, sino presentar las sensaciones, la tensión, la humedad, la sensibilidad, la imaginación pura. Vivir la novela y no simplemente tenerla en frías hojas. Algo indescriptible: «Voy a intentar ponerlo en palabras, pero pero pero, sin un ápice ya de fe. Serán palabras desilusionadas de sí mismas, que uso porque no me queda de otra; comparadas con lo que vi, no serán nada». La novela perfecta, dice el narrador más adelante, no entra por el ojo: entra por los cinco sentidos.

Hay una palabra para describir el ritmo de la novela: vertiginoso. Mezclando el inglés y el español, frases comunes y habla coloquial, junto con la algarabía de vivir en una ciudad llena de movimiento y un narrador que se dedica a escribir, el relato adquiere un flujo musical vivo y que sumerge en la atmósfera. Para muestra bastan unas letras: «El día que me detuve para leer con dentenimiento este póster, uno de los de la tienda me dirigió la palabra en mal inglés: "those is in Mexico", y "sí, ya vi", le contesté, "¿pusquíhablas español, güero?", "soy mexicano", "¿pusdiónde?", "chilango", "¡aaah!", y escupiendo su "¡aaaah!" se echó a correr hacia la puerta de la deli y se metió sin terminarlo —"¡aaa!"— como si yo le hubiera dicho "tengo tiña y de la que deveras contagia"». La trama plantea serias cuestiones sobre la identidad y «la loca de la casa»: ¿dónde queda mi privacidad si todo lo que pienso se proyecta?, ¿el creador de historias tiene el deber de hacerlas públicas?, ¿hasta qué punto estamos dispuestos a escribir lo que pensamos?

A ratos la novela parece desviarse en largas descripciones de lugares neoyorquinos o en tramas alternas que carecen de importancia. Esto podría ser una desventaja, pero, a mi juicio, la autora ejemplifica la «diarrea» imaginativa que el software pretende hacer tangible a través de estos desvíos. Esas descripciones que no llevan a ninguna parte son el reflejo de nuestra función cerebral: nunca pensamos en algo tanto tiempo como para no desviarnos con cualquier distracción, nuestra concentración carece de fuerza.

“La novela perfecta” tiene todo para pasar una lectura agradable: chistes, originalidad, ritmo, trama y es muy corta (ventaja para los que no tienen tiempo para leer). Te sumerge y no te ahoga (aunque sí te impide respirar a momentos). Ideal para reflexionar y entretenerte un buen rato. Es una novela perf... ejem, bueno, muy recomendable.

Carmen Boullosa, “La novela perfecta”, Alfaguara, México, 2006
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Si la furia

Se aprende más en una noche en vela que en un año acostado
–E.M. Cioran

Por Alejandro Páez Varela

Si me detengo a la puerta de un bar; si en la entrada de un restaurante; si al pie de una larga mesa de comensales; si veo por el hombro la ciudad, se que ella estará (cuando está), seguramente, porque justo en donde se ha sentado ha caído un pedazo de noche, suave, como lluvia de notas bajas para chelo o como pellizcos delicados al violín. (Aún de día. Un pedazo de noche).

Si bebemos, hasta agotarnos (la estupidez del mundo merece todo el alcohol); si aborrecemos, pegamos violentamente con la cabeza al suelo hasta que se parten las montañas. Si el amor, mucho, sin horario.

La tristeza es su idioma materno, que aprendió cuando yo no estaba. No lo habla en público: lo ronca, y yo estoy para contarlo. La imagino como un cometa, con esa cola miserable que la persigue, cola larga de desencuentros. He intentado por todos los medios espantar ese alo de tristeza. Chú, chú, le digo, como hace el sepulturero a los pájaros y a los perros que se pelean la carne de los muertos en los cementerios. Chú, chú. Pero ella habla la triste y no se deja, y, además, sin la tristeza, ¿para qué esos ojos?

Si veo a través de su piel, el rostro, los brazos, el pecho prerrafaelitas; si escarbo carne adentro, corren ríos de furia que se confunden con sangre. Si la furia. Si la furia de cosas que no entiendo. Si asuntos que no deberían incumbirme; si viejas heridas y viejas rencillas que yo no puedo sanar y que no me pertenecen y (díganme si me equivoco al preguntar) ¿para qué saber de ellas?

La vida tiene muchos trucos, crucigramas que llenamos a diario. En ella no hay tal. Todo llega como jaque mate, como rompecabezas que se sale de la caja completamente armado.

Si me duermo en el baño de un bar, si me desnudo y me paro en la ventana; si me bajo corriendo las escaleras (un domingo, sin prisa); si pongo los tenis a secar al borde de la azotea (cuarto piso) y los recojo a las seis, siete de la mañana (después de la parranda), y malabareo mi indecencia, se que no estoy solo. Ella está sentada por allí, la habré de encontrar, porque los hoyos negros no pueden ocultar su atracción, y esta es una ley inquebrantable de la física y la astrología y ciencias paralelas-qué-se-yo.

Si me detengo a pensar; si analizo las cosas que importan habré de volver los ojos ciegos a ella (sin conocerla demasiado), párpados como cobija de lana; labio picudo de pajarito que pide agua, por favor agua, denme agua, agua o lo que sea, lo que sea, lo que sea, que la infelicidad provoca, por lo regular, mucha sed.

Si me detengo a la puerta de un bar, si entro al tubo que lleva directo a mi vida, no la busco: ella llega.

Alejandro Paéz Varela. Ha sido reportero, editor y funcionario de varios medios mexicanos, tanto del interior del país como del Distrito Federal. Se desempeñó como editor portada de El Economista, editor de ‘Negocios’ de Reforma, editor de ‘Finanzas’ de El Universal, y actualmente es subdirector fundador de El Despertador SA de CV, empresa de medios que edita Día Siete, Tentación y Energía Hoy.