lunes, 30 de julio de 2007

Edición del 22 de julio de 2007


El hombre que pudo sonreír

En esta ocasión incluimos un nuevo cuento del joven escritor Miguel Ángel García Torres (Cuatrociénegas, Coahuila, 1986).


Había en la ciudad un hombre tan rico y poderoso como solitario y triste, que nunca podía sonreír. Él no sabía lo que era carcajear de placer, sentir la falta de aire, clamar piedad debido al dolor de las mandíbulas, o retener el estómago que parecía estallar en repetidas contracciones. Por lo tanto, en vísperas de su muerte, el anciano enfermo decidió que si alguien de su parentela lo hacía siquiera mostrar una mueca de júbilo, quizá del tamaño de un ombligo o de una hebra retorcida, quien lo consiguiera heredaría por completo su fortuna.

¡De inmediato surgió un revuelo entre la familia por conseguir esa dicha!

Los parientes actuaron delante del viejo disfrazados de payasos ridículos y remedos de magos, unos con chistes malísimos y complejos, y los otros con trucos simples y frustrados. Luego comprendieron que se requería de ayuda profesional.

Fue una ardua competencia, pues la búsqueda de talentos para complacer al moribundo resultó interminable, por los innumerables viajes de mensajeros que solicitaban en cada rincón "a la brevedad, personal capacitado para hacer reír".

Enseguida se presentaron en la ciudad, uno tras otro, los más misteriosos circos del mundo, provenientes de los cuatro puntos cardinales, con una gran variedad de personajes interesantes y exóticos. Cada compañía se diferenciaba de las demás por sus coloridos, sus distintos espectáculos y sus extravagantes fieras. Sin faltar alguno, todos los actos se exhibieron al enfermo para hacerle reír. Cientos hicieron lo imposible para obtener algo, hasta despistados que pusieron en práctica lo más rústico de esa disciplina; sin embargo, fue inútil cada esfuerzo.

Algunos opinaban que era como hacer llorar a una piedra. "Parece que ya lleva encima la lápida de su entierro", decían. Incluso otros sórdidamente ironizaban con la idea de la risa del conejo, ésa en la que una serie de impulsos nerviosos dibujan una sonrisa en el enfermo al tiempo de morir.

Muchos pensaban qué inventarían para que el viejo serio y aburrido emitiera al menos un suspiro, o asomara un diente, que dejara entrever una manera. Tiempo después, toda la familia se unió en el intento.

Por los fracasos y bochornos anteriores, se decidió llevar al viejo a una tarima de madera y, ante la población, emitir un comunicado en el cual se ofrecía, a cualquier ser vivo que lograra con el anciano lo que muchos otros no habían podido, la cuarta parte de la herencia. Deprisa levantaron la mano sabios de barbas tan espesas como sus ingenios y bibliotecas, naturistas populacheros, psicólogos perturbados, entre muchos más personajes igual de pintorescos, cada uno con métodos extraños pero infructuosos. Sin embargo, cuando ya no había esperanza, un sujeto andrajoso y demente rogó por una oportunidad.

"Qué hará este desquiciado, que no hayamos intentado con nuestro antiguo arte", comentaban los cirqueros. "¿Dónde se habrá visto semejante insulto a nuestras fórmulas y emplastes?", se escuchaba entre los eruditos. "Esto será divertido", sentenciaban los presentes. "¿Pero qué querrá hacer este desdichado?", dijo uno de ellos. "Lo más lógico para un loco", contestó uno más entre sarcasmos.

Sin demora, el tipo harapiento subió al entablado, se situó delante del enfermo, lo examinó y pidió privacidad para él y el anciano; ambos se ocultaron tras bambalinas. Más tarde, el loco salió muy contento y orgulloso de su resolución. El viejo apareció sentado en una silla y con la cabeza cubierta por una capucha negra. El demente pidió atención al público, ostentando su ingenio innato, y entonces quitó al hombre la caperuza.

La familia y el público en general contemplaron el milagro. El anciano sonreía con ojos llorosos y las pupilas extraviadas (tal vez de alegría). Ésa era una sonrisa para siempre, que jamás se le borraría al acaudalado hombre a pesar de la muerte; ni éste descansaría de presumirla ante sus distinguidos vecinos del camposanto, cuando fuera sepultado en un enorme y tétrico mausoleo, atiborrado de arreglos barrocos; cuando fuera acomodado en el féretro construido con las maderas más preciosas y los forros de piel más tersos; pero sobre todo, cuando fuera acompañado del labio superior y la quijada que le habían sido desprendidos por el loco.
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Se buscan reinas: Contribuya al rescate de la historia

Para conmemorar el 70° aniversario de la Feria de la Nuez de Monclova, Coahuila, el Club de Leones, el Archivo Municipal y el Patronato del Archivo Municipal de esta ciudad buscan rescatar archivos, fotografías y anécdotas relacionadas a la elección y coronación de reinas efectuada en dicha feria.

Si usted conoce a alguna de las reinas, princesa o duquesas que han desfilado por esta alfombra roja, contribuirá al rescate de una de las tradiciones más importantes de este municipio.

Su aportación es bienvenida en el Archivo Municipal de Monclova, ubicado en el edificio del Museo Coahuila y Texas (Plaza Aldama s/n. Col. El Pueblo), o puede comunicarse al teléfono 6-33-88-36.

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