martes, 17 de abril de 2007

Beso a la francesa

José Adrián Vara (Saltillo, Coahuila, 1984), estudiante de la carrera de Letras Españolas de la UAdeC, nos cuenta en este texto cómo un beso puede resultar explosivo.

La Yoyis salió de la escuela buscándolo. Ella acababa de cumplir trece años, era escuálida, con unos anteojos enormes que remarcaban a sus ojos saltones, como de rana, usaba frenos y tenía un andar encorvado.

—¿Qué onda mi Yoyis? Aquí esta tu galanazo.

La sorprendió Ruperto Solís, alías el Ratón. El Ratón tenía veinticuatro años, era más bajito que la Yoyis, andaba tatuado, con aretes por todo el cuerpo incluso en la lengua.

—¡Ruperto!

—¡Oh, no me digas así!

—Así te llamas.

—Mejor dime Ratón ¿O qué? ¿No soy tu ratoncito? El que siempre anda husmeando en su coladera. No se ponga roja, parece cerillo.

—Cállate, no digas eso, te van a oír.

Caminaron hasta el parque: ella se recargó en el tronco de un nogal, él la miraba y ella, ruborizada, desviaba su mirada. Él le enseñaba la lengua y la movía como serpiente.

—¿Quieres un beso a la francesa?

—Bueno —dijo ella, tímidamente.

Los labios se juntaron bruscamente. La lengua del Ratón comenzó a serpentear inquietamente en la boca de la Yoyis. De pronto la acidez de la saliva, mezclada con el arete provocó una descarga al contacto con los empastes de la Yoyis. El flujo de electrones creó una corriente eléctrica de ciento diez voltios, la cual paralizó el corazón de ambos. Los dos quedaron abrazados como dormidos, en el pasto, y unidos en un beso que parecía prolongarse por toda la eternidad.

Mundo de gatos


A propósito de la presentación en Monclova del libro “Afuera hay un mundo de gatos” de Jesús de León, el próximo 18 de abril, Liliana Contreras (Acuña, Coahuila, 1981) hace un interesante juego al mezclar títulos de cuentos a la vez que hace una reseña del libro.



Gastaré en este escrito una de mis siete vidas gatunas, repasando, con mi visión nocturna,"Afuera hay un mundo de gatos" libro de cuentos del saltillense Jesús de León.

Mi fantasía voluptuosa se cumplió en pocas horas: gatos restregándose en mis piernas flacas, invitándome a pasar una noche larga, sin sueño y en su compañía.

A tientas, dejé mi cama destendida y partí al encuentro de aquellos animales exóticos. Todo estaba oscuro ya, pues pasaban de las dos de la madrugada. Salí de mi apartamento y me encontré con un mundo raro. Varias luces me invitaban a seguirlas, veintidós destellos para ser exactos, veintidós cuentos, cada uno con una historia por contar.

Alguien que me parecía conocido por el modo en que acariciaba sus bigotes, me dijo, citando el título del cuento: "Y tú: ¿qué gato?" Difícil es definir el género, pensé, siendo yo una gata. Y pasos después escuché a Débora hablando acerca del pene de los gatos. Lo describía al mismo tiempo que trataba de comprender el significado de los gritos de los gatos, gritos que la hacían acudir por la noche, para encontrarlos tranquilos en la barda. Mientras ella divagaba, su hija, igual que un gato, se fue un día y no regresó: "El gato tiene que ser" y la hija de Débora también.

Ya me encontraba en cuatro patas, cuando me decidí por el destello de un "Corazón de plomo", en cuyo centro brillaban dos letras: I y R, así en ese orden llamaron mi atención. De cerca, pude ver cómo se daba un crimen pasional entre los dueños de aquella marca mortuoria: Isabel y Roberto. Y me quedé observando la historia hasta conocer, indirectamente, al marido, la abuela, la madre, el hijo y la "amiga" de Isabel.

El ruido de un refrigerador llamó entonces mi atención, ruido similar a un ronroneo que ocultaba a dos jóvenes en la oscuridad y me hizo desviar la mirada. Mi visión nocturna sólo descubrió que "Hay un demonio oculto que sale a flote en la oscuridad", escondido de una madre y, en ocasiones, de un maestro o de un celador. Las voces que se escapaban decían rítmicamente: "No se lo vayas a decir a nadie".

Me encontré con un niño engatusado por los gorriones de su madre, a los cuales deja escapar en un instante. "El vuelo de los gorriones" fue su libertad de golpes y maltratos, que lo llevaron al encierro y a la búsqueda de senderos y recuerdos. ¿Se sentiría, entonces, libre?

Desde la calle, vi a otro niño que subía las escaleras rumbo al depósito de agua y a escondidas de su madre, para alcanzar a su hermano que se encontraba en "donde comienza el cielo". Mientras sube, le dice: "Hermanito, no te preocupes por mamá". Yo quisiera avisar a su madre, pero no escucha mi maullido, se ve ocupada con su máquina de coser y se mata poco a poco con su coca cola y azúcar en la sangre.

Es de noche aún y me encuentro en la calle viendo los destellos más brillantes. Ya no sé si seguir o volver a mi casa. Entonces, escuché un grito que salía de casa de los Finzi, la madre de Rita trata de acabar con la relación de su hija con Nósfer, el vampiro. Padre e hija debían luchar contra el monstruo del incesto. Hija y vampiro, contra el padre.

"Conejito blanco" y Rosy, terminaron del chongo y, a final de cuentas, el conejito salió perdiendo cuando se le ocurrió golpear a Rosy fuera de la casa, después de lidiar con su orden y limpieza. Yo veía de lejos. Ambos lanzaban rasguños, arañazos, rugidos y, al estar entretenidos peleando, no vieron los perros, que atacaron al Conejito. Yo sí los vi y me salvé de ellos.

Me trepé en un árbol y estaba un hombre que me hablaba de que se había ido su mujer. Él me dijo: tengo "El mismo amor de los pájaros". Pero, yo nada más entendí que ella se fue, que ellos no pudieron estar "Juntos pese a todo". El caso de este hombre es contrario al de Perla y David, quienes, aún en la distancia, comparten la muerte: ella en manos del licenciado, él en manos de un hombre negro.

Vagabundeé un rato más, antes de que llegara el alba. Traté de orientarme para volver y dormir un par de horas. En el trayecto, me topé con un señor alcoholizado, que aseguró tener una niña bajo la lluvia, niña que ni yo ni su esposa vimos. Pasé de largo, estaba exhausta. La noche terminaba y no me quedó más que entender el "Fin de las criaturas", que me incluía, así que dejé de lamer mi cuerpo grisáceo para volver a casa.

La noche se agotaba con el paso de las líneas y me enseñó que, en realidad, sólo tengo una vida, no siete. La vida de cada gato refleja lo hermoso y bello –y no tan bello- del autor y de mí misma, es más, que mi vida puede ser contemplada por unos ojos de gato desde la barda de mi casa. El insomnio me permitió conocer que afuera hay un mundo de gatos y hace falta más de una noche para reconocer todos los destellos palpitantes que me llaman en la oscuridad.

Jesús de León,"Afuera hay un mundo de gatos. Nueva versión". Instituto Coahuilense de Cultura (Colección La Fragua, segunda época, No. 1), Saltillo, 2006, 156 pp.

viernes, 13 de abril de 2007

"Mar portátil" de Miguel Gaona

Fotografía: "La niña y el mar"
Jorge E. Gaona (Saltillo, Coahuila, 1982)


ocurrió donde el mar
cuando el mar
y como el mar ocurre

es decir
que en todo sitio
en todo instante
y de todas las formas ocurrió
(Saltillo, Coahuila, 1984)

"Cuatro poetas coahuilenses" de Melina Chavarría

A través de su experiencia, Melina Chavarría (Monterrey, Nuevo León, 1985), nos acerca en este texto a la obra de cuatro escritores coahuilenses: Carlos Reyes, Claudia Berrueto, Jaime Torres y María Luisa Iglesias.



Mi acercamiento con la poesía se dio gracias a un complot. Explicaré el por qué:

Para mí, la poesía era una barrera, una montaña, hasta una muralla china. Ella y yo no estábamos hechas la una para la otra, no teníamos nada en común. Por lo tanto siempre huía de ella.
Sin embargo, como diría el chapulín colorado: “no contaba con su astucia”. La muy viva tenía un plan perverso para acorralarme y así envolverme en sus redes.

Al inscribirme a la escuela tuve que llenar una hoja con las materias a cursar, incluido un taller optativo. He aquí el complot en que caí.

Yo sólo tenía dos opciones, en las cuales iba el taller de poesía, la otra opción preferiría omitirla, pero el hecho es que no tuve más remedio que entrarle a la onda lírica.

La poesía empezó a coquetearme; me endulzó el oído, comenzó a llenarme el ojo, a robarme suspiros, hasta que por fin, “flojita y cooperando” ya no pude resistirme.

Fue entonces cuando se me presentó la oportunidad de interactuar con los poetas coahuilenses: Carlos Reyes, María luisa Iglesias, Jaime Torres y Claudia Berrueto, dentro del ciclo “Arte de Letras” que se llevó a cabo en Saltillo.

“Arte de Letras” logró reunir, no sólo poetas sino también narradores, dramaturgos y periodistas como: David Ojeda, Javier Villareal Lozano, Enrique Mijares, Carlos Montemayor, Francisco Amparán, Armando Adame, Gilberto Hidalgo, Jesús Valdez, Daniel Sada, entre otros. Todos ellos convivieron y hablaron sobre sus proyectos en diversas actividades como mesas redondas, pláticas, lecturas y talleres.

Sin embargo, este texto pretende centrarse en la importancia de la poesía coahuilense. Con base en mi lectura sobre los ya mencionados, puedo decir que “Habitar la transparencia” de Carlos Reyes (Torreón, Coahuila, 1976), cual copa de vino, relaja pero al mismo tiempo despierta los sentidos. Al igual que “Luna de Cáncer“. En estos dos libros se hallan poemas muy sensitivos, gozan de precisión y consistencia.

Los versos transpiran gracias a su claridad. Cada verso provoca sensaciones distintas, esa es la clave: los poemas de Carlos hablan por sí solos, contagian: “Te regalo este beso de sangre y espinas/ que quiere arrancarte los ojos y encenderte cada/ hueso del alma” (“Luna de Cáncer”).

“Atardecer del séptimo día” de María Luisa Iglesias (Mapimí, Durango, pero considerada monclovense) es un poemario apto para leerse al aire libre. María luisa crea en sus versos ambientes naturales. En cada poema retrata paisajes; mar, lluvia, peces, árboles, jardines, son algunos de los elementos más sobresalientes. Pero también se pueden encontrar dos de los paisajes más importantes en la vida o en la muerte, según sea el caso: el paraíso y el infierno.

Esto provoca el acercamiento con Dios y con todo aquello relacionado con el origen de la existencia humana: “En el amanecer del primer día/ el Edén quedó sepultado entre toneladas de tierra/ la tumba de los ángeles huele a azufre/ el cielo es el espejismo de los justos”.

Un caso parecido es Jaime Torres (San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955), con su libro “Ceremonial del adiós”, en este se encuentra la búsqueda de Dios, esa necesidad de sentirse acompañado por un ser que puede proporcionar protección, vencer los miedos y resolver todas las dudas: “¡Oh! Dios,/ te saluda mi dolor/ y el gusto amargo/ de mi felicidad a ratos,/ cuando intento reconstruir/ tu rostro”.

La poesía de Jaime es toda una indagación: ¿quién soy? ¿a dónde voy? Pero la cuestión más importante es saber si esto que se vive es real o parte de un sueño.

Estas interrogantes se presentan en “Canción del Alma“, un poemario que envuelve, enamora. Por el simple hecho de que Jaime, en cada poema construye un quimera, que al leerse, se percibe como real: “Fruta de lágrimas,/ huerto de evocación amorosa,/ corcel de sueños:/ tu recuerdo quema la huella de la sombra/ que te sigue, que te busca.”

Los poemas que también son muy palpables son los de Claudia Berrueto. (Saltillo, Coahuila, 1978) Ésta más que construir sueños, los vive.

Su poesía muestra el lado cotidiano de la vida pero no de una forma simple. Ya que ella le pone sal y pimienta a esa cotidianidad. En sus poemas hay frescura e identificación.

Eso es lo que pasa en “Sombreros“, este poemario, inédito aún, es digno de disfrutarse por la soltura y sencillez con que está escrito. Pero al mismo tiempo porque, como se mencionó anteriormente, el sentirse identificado con cada escena que se plasma es muy fácil: “Llueve tanto/ que la casa se vuelve delgada,/ se humedece velozmente como papel/ pero logra respirar como caverna/ y yo adentro/ soy un animal letárgico/ que sueña/ a ritmo de goteras/ música de filtración.”

En síntesis estos son algunos de mis argumentos para exhortar a la gente a leer poesía coahuilense.

También es una invitación para que nos acerquemos un poco más a la poesía, no sólo regional, sino en general. Ya que, en mi experiencia, no es tan mala como yo pensaba, ni tan inalcanzable como la creí.

Lo que sí les advierto a todos aquellos que huyen de la poesía, es que, sin duda esta planea coartadas para que tarde o temprano caigan en sus redes.



- Carlos Reyes, “Luna de Cáncer“, décimo sexto volumen. Coahuila; Coordinación de Literatura del Instituto Coahuilense de Cultura, colección “Cuadernos de Arena”, 1999.
-María Luisa Iglesias, “Atardecer del séptimo día”, primera edición. México; Instituto Cultural de Durango, colección Cielo de Palabras, 2005.
-Jaime Torres, “Ceremonial del adiós“, primera edición. Coahuila; Ed. Gota de agua, 2004.
-Jaime Torres, “Canción del alma“, primera edición. Coahuila; Ed. Gota de agua, 2006.
- Claudia Berrueto, “Sombreros” (inédito).

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lunes, 9 de abril de 2007

Invitación

Como está próximo el Día del Niño, “La Tramontana” publicará una edición especial con cuentos para ellos.

Los invitamos a colaborar con textos de 700 palabras máximo, la fecha límite para mandarlos es el 23 de abril.

De la misma manera se invita a pintores, diseñadores y fotógrafos para que nos apoyen con la ilustración.

martes, 3 de abril de 2007

Prohibido (no) leer en primavera

Por Cyntia Moncada

Las vacaciones son una oportunidad para ocuparnos de cosas que la rutina laboral o escolar no permite hacer, leer es quizá una de las actividades que más se puede disfrutar en estos días.

No hay pretextos, cualquier momento es una oportunidad para disfrutar la lectura: antes de dormir, en el camión, mientras espera su turno con el médico, pero si parece que sus planes vacacionales interfieren con esta actividad, aquí le ofrecemos cinco alternativas que por su tema, extensión y estructura pueden adaptarse a sus planes:

Para leer en carretera
“La cabeza perdida de Damasceno Monteiro” de Antonio Tabucchi (Vecchiano, Italia, 1943) es un libro para no dejarse, porque entre su mezcla de thriller y crónica periodística logra acaparar toda la atención del lector. Por eso resulta ideal para leer en carretera.

“El escenario de esta triste, misteriosa y, podríamos decir, truculenta historia es la alegre y laboriosa ciudad de Oporto” y la historia es básicamente la siguiente: Manolo, un viejo gitano, encuentra cerca de su campamento el cuerpo sin vida de un hombre si cabeza. Firmino, periodista, es enviado a seguir el caso y se encuentra con una serie de asuntos policíacos y abusos de poder que rodean el asesinato.

Es una historia que, aunque se desarrolla en Portugal, puede situarse en cualquiera ciudad de nuestro país.

Antonio Tabucchi, La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, España, editorial Anagrama, 2002.

Un libro comodín (para leer en cualquier lugar)
Un particular sentido del humor y la mezcla entre ambientes urbanos y rurales hacen de Confabulario de Juan José Arreola (México, 1918) una excelente elección para leer estas vacaciones.

Sus historias van desde un hombre atrapado por una situación: no puede dejar de ser cortés (“Mis compromisos con el pasaje habían aumentado considerablemente”) en “Una reputación”, hasta la lucha milenaria de las diferencias entre sexos (“Durante cinco mil años ella había sido inexorablemente vejada, postergada, reducida a la esclavitud”) en “Eva”.

Una infidelidad que pierde intensidad porque el engañado parece no darse cuenta de nada (“Su presencia era insoportable porque no nos estorbaba”) en “El faro”, hasta la historia de una línea de trenes con destinos inciertos (“Yo he visto pasar muchos trenes en mi vida y conocí algunos viajeros que pudieron abordarlos”) en “El guardagujas“.

Son 28 historias que, en orden o al azar, pueden leerse en carretera, después comer, en la cama antes de dormir, sentado en la playa, en algún café o a la sombra del atardecer en alguna plaza pública.

Juan José Arreola, Confabulario, México, editorial Planeta, 2005.

Para leer en casa
Si el problema es que no podrá salir de vacaciones y pasará estos días en casa, en Diez relatos de viajes (autores varios) podrá recorrer diferentes países, ciudades y medios de transporte: en avión (“El reino de los cielos” de Mario Benedetti) o en tren (“Un árbol de noche” de Truman Capote); la travesía de una familia que huye de la guerra en África (“El mejor safari” de Nadine Gordimer) o el viaje de un niño de clase media con su padre y el descubrimiento de un mundo desconocido (“Con Jimmy, en Parcas” de Alfredo Bryce Echenique).

Esta antología es un medio para recorrer el mundo de la mano de Mario Benedetti, Adolfo Bioy Casares, Alfredo Bryce Echenique, Truman Capote, Nadine Gordiner, Graham Greene, H. P. Lovecraft, Katherine Mansfield, Alice Munro y Osvaldo Soriano, mientras toma refresco en la tranquilidad de la sala de su casa.

Autores varios, Diez relatos de viajes. España, editorial Plaza y Janes, 1998.


Para leer en un jardín público
Infierno de todos de Sergio Pitol (México, 1933) es un libro ideal para leer de tarde, en un jardín público, sin temor a distracción. Cada uno de los cuentos plantea historias fascinantes, en grandes casa y calles de un pueblo de Veracruz.

Nueve cuentos llenos de sueños, locura, muerte: “Está visto que de entre los muchos infortunios que pueden aquejar al hombre, los peores provienen de la soledad (“Victorio Ferri cuenta un cuento”).

Es quizá el libro más rural de un escritor por lo regular citadino: “En las calles ya no se oyen gritos jubilosos, ni exclamaciones populares; la atmósfera se ha desvanecido del todo” (“En familia”).

Según el mismo Pitol, este libro fue el exorcismo de viejos fantasmas, por lo que no es difícil identificarse con ese mundo de recuerdos, traumas y temores que suele haber en la infancia.

Sergio Pitol, a Infierno de todos. México, Universidad Veracruzana, 1999.

Para leer en el campo
En el 1959, en un pueblo de Kansas una familia es asesinada, la policía no tiene pistas de los motivos ni de los asesinos. A sangre fría de Truman Capote (1924) es el seguimiento de este caso, de cómo van dando con las pistas, hasta llegar a la captura y ejecución de los asesinos.

Es una historia llena de misterio, pero humana, con personajes sacados y retratados como en la vida real. Al desarrollarse y describir la vida de la familia asesinada, es ideal para leer en el campo y no perderla de vista, no dejarla hasta llegar al final.

“Esta biografía lograba siempre despertar en él una serie de emociones: autocompasión la primera, amor y odio juntos al principio, pero con aumento del segundo al final”.

Truman Capote, A sangre fría. Barcelona, Editorial Anagrama, 2004.

lunes, 2 de abril de 2007

A propósito de la visita de José Emilio Pacheco



Aprovechando la reciente visita de José Emilio Pacheco a Coahuila, Jesé Avendaño (Saltillo, Coahuila, 1986) nos habla de su experiencia con el escritor, recorriendo a la vez su obra narrativa.





I. El principio del lector
Escribir
es vivir
en cierto modo.
-- J.E.P. Irás y no volverás

Habrá sido a la edad de doce o trece años cuando una lectora, llena de música, me habló de un libro que trataba sobre la adolescencia. «Es un libro con el que te puedes identificar», me dijo, como quien da un consejo a su discípulo. Pensando que me iba a recomendar lectura superacional, le seguí el juego, hasta que me citó el final de la novelita: «Si, en opinión de mi mamá, esta que vivo es "la etapa más feliz de la vida", cómo estarán las otras, carajo». Directo y a las costillas. Esa frase, abrumadoramente sincera, me ganchó a obtener el libro. ¿El título? El principio del placer del mexicano José Emilio Pacheco.

¿Dónde encontrarla? Recluido en la soledad y condenado, por una bruja hechicera, a perderme siempre que voy por la calle, jamás podría ubicarme en las librerías del centro de la ciudad. No había suficiente dinero para un taxi. ¿Pedirle a mis padres que me lleven? Comprar un libro, en esa tierna y confundida pubertad, es motivo de vergüenza (y de que todos te miraran raro, cual espagueti en una sopa de letras). Recordé que la papelería cercana a mi casa contaba con varios libros de la colección «Sepan cuantos...» y tal vez... Entonces una mentira, una excusa de tarea, y emprendí el viaje.

Es imposible olvidar a los protagonistas de aquel evento, no por la viveza del encuentro, ni el asentamiento en la memoria, sino porque los mismos siguen atendiendo el local. Desde hace años esa familia se ha encargado de vender, a los estudiantes, láminas, estampas, fichas, monografías, y de mostrar la amabilidad más nula existente. Y uso el «más» porque hay de nulidades a nulidades. Allí estaba, muerto de pena, esperando que alguien se me acercara y me preguntara qué necesitaba. La familia avanzaba de un lado a otro, ignorándome, saltándome con la mirada. Hasta que alguien, por fin, notó mi presencia e hizo la correspondiente pregunta. «Busco un libro que se llama El principio del placer de José Emilio Pacheco», dije. El señor me lanza una mirada como diciendo que era muy joven para libros con ese título: mi actitud era reprobable. «¿Te lo pidieron en la escuela?» y yo dije que sí, sin titubeos. Pacheco me había costado, hasta el momento, dos mentiras. Pagué, salí sin dar las gracias (nadie las requirió) y respiré profundo. Mi color de piel se recuperaba. El libro ya era mío. Era el principio del lector.

II. Narrativa del recuerdo

Es hoguera el poema
y no perdura
--J.E.P. El reposo del fuego

Todos hemos escuchado y quizá proferido la frase, que ahora constituye un lugar común, de «es un libro que no puedes dejar de leer». Me la han dicho tanto, antes de recomendarme una obra, que pareciera ser un estándar de calidad a la hora de imponer un juicio. «¿Pudiste dormir antes de terminar la obra?» diría la forma. Pero a mí pocos libros me quitan el sueño, aunque no son pocos los que me lo provocan. La narrativa de Pacheco tienen una fuerza extraña, una forma directa e irrebatible de jugar con el lenguaje, un cierto desasosiego que parcha tus ojos y te impide cerrarlos. Fue el primer libro con el que platiqué toda la noche.

La obra más importante de Pacheco, indudablemente, es la poética, pero en la narrativa el autor no se queda de plumas cruzadas. Entre la narrativa de José Emilio Pacheco está El principio del placer, El viento distante y La sangre de Medusa (libro que parece haber desaparecido de la faz de la tierra, ya que por más que he indagado en su paradero, ni siquiera he sabido cómo es la portada. Según un librero, dejaron de editarlo hace muchos años... ¿por qué?). En novelística Pacheco cuenta con Las batallas en el desierto (novelita corta que recuerda en mucho a El principio del placer) y Morirás lejos (experimental), ambas con la particular característica, inmanente tanto en su prosa como en sus versos, de recrear, lo más totalitariamente posible, un mundo que ya no es y que sólo vive en el experimento del recuerdo. Una de las obsesiones del autor es esa: el recuerdo, la pérdida del tiempo. Un tono nostálgico se desprende en muchos de sus cuentos, impregnando al lector de paisajes y caminos.


Sus relatos tienen la curiosa cualidad de imprimirse en la memoria del lector. ¿No es la memoria el perfecto parámetro que indica el impacto de una obra? Sus creaciones de quedan grabadas, cual daguerrotipo, debido a que es fácil identificarse con los personajes y las situaciones. ¿Quién no ha tenido un amor imposible? ¿Quién no ha sentido, de pronto, que el mundo entero te está jugando una mala pasada? Su obra narrativa está hilvanada por una extraña atmósfera que recuerda muchísimo (un personaje de un cuento lo reconoce) al argentino Julio Cortázar. Lo que el argentino hacía en muchas de sus creaciones era introducir un elemento discordante en un ambiente común, como un personaje que vomita conejos, un sueño que termina siendo real, un hombre amante de los peces que termina convertido en uno.


Los cuentos de Pacheco parten de la sencillez a la complicación, de un suceso aparentemente inofensivo a un monstruo terrorífico; desde su estructuración hasta sus anécdotas, todo se ofrece en charola de plata donde, una vez que se sostiene la copa, hay que tomarla hasta el fondo. El lector aficionado a los libros, el lector graduado en Letras, el lector primerizo (como fue mi caso) y hasta el lector obligado encontrará historias sólidas que, como la ciudad de México, están construidas sobre lagos para después, cuando estamos seguros de nuestra vida, causar un terremoto. Cada cuento, experimental a su manera, plantea situaciones específicas, voces autónomas. Los lugares en los que se desarrollan contribuyen a la identificación del lector: Bellas Artes, el bosque de Chapultepec, un confesionario, lugares que cualquiera conoce pero que el autor los vuelve perturbadores, casi obscenos, al desarrollar en ellos sucesos imprevistos.


Por ejemplo en «Tenga para que se entretenga», cuento que figura en El principio del placer, un niño, Rafael, es secuestrado ante los ojos de la madre. El «secuestrador» sale de un «rectángulo de madera oculto bajo la hierba rala del cerro» y desaparece ante la boca de una cueva, que también se esfuma. Minutos antes de que el hombre apareciera, el niño jugaba con unos caracoles, haciéndoles más difícil el paso. Lo intrigante del cuento no es el por qué se llevan al niño, sino quién. El hombre blancuzco dice en su primer diálogo al pequeño: «Déjalo. No lo molestes. Los caracoles no hacen daño y conocen el reino de los muertos». ¿Acaso el hombre, descrito como «un caracol fuera de su concha» se lleva a Rafael al mundo de los muertos? ¿Fue un castigo por haber martirizado al molusco? Es aquí cuando el lector interviene y decide qué final le parece mejor para el cuento, a partir de las pautas propuestas por el autor.


Pacheco se convierte, con cada lectura, en un sembrador de múltiples semillas; en mí cosechó dudas y búsquedas, curiosidad e investigación y, sobretodo, amor por las letras. Allí descubres el goce y perdición, ambas caras de la moneda literaria. Y, finalmente, no queda de otra más que seguir apostando.