jueves, 24 de mayo de 2007

Edición del domingo 20 de mayo




Ahí viene el mudo


Sergio E. Alvizo Revilla (Saltillo, Coahuila, 1985) es estudiante de la licenciatura en Letras Españolas de la U.A. de C., pero su especialidad son las relaciones públicas. En esta estampa nos describe a un particular personaje: “el mudo”.


Ahí está otra vez. Ve cómo carga la camioneta con cajas de frutas y verduras que venderá en el mercado. No sé su edad pero ya es viejo: cuando yo era niño, él ya estaba ahí.


El mudito de la cuadra, como lo conocen, es el guardián de la casa de Toña que todos los días sale, con su familia, a vender al mercado. El mudo es un tipo de expresiones serias, y da a entender su estado de ánimo con sus gestos, acciones y su cara. Su porte y personalidad es como de padrote fregado. Cuando se para en la puerta observa a las mujeres que pasan a su lado como si fueran de su propiedad. Tiene un aire de Pedro Navajas.


Todos los días se afana en cuidar su Chevrolet blanco que tiene líneas azules y un tapizado de periódicos. Siempre se esfuerza en lavarlo.


Un tiempo se fue de la cuadra, no sé si a seguir con su carrera de padrote o a buscar a las mujeres que dejó por ahí. Regresó un día de mucho calor. Yo lo vi llegar: traía un pantalón de campana azul, una playera blanca con flores, un saquito color arena y sus zapatos de tacón cubano. Cargaba bolsas de Soriana, Gigante y recuerdos de su viaje efímero. Las guardó junto con sus otras pertenencias que atesoraba en la cajuela del carro.


Al día siguiente, como si pagara el abandono, arregló afanosamente su coche y lo pintó de azul con rayas blancas. Con pintura vinílica y con un pincel delineaba las líneas de su flamante auto. Creo que este viejo Chevrolet es para él de mucho valor, ya que lo cuida, lo contempla, como un padre a su hijo. Este carro tiene un sistema de seguridad excelente, instalado por él mismo: está amarrado a un poste con cadenas y en la cajuela tiene otra cadena cerrada por un candado. El mudo protege su cajuela como un pirata a su tesoro: en ella guarda bolsas, ropa, comida, libros, revistas, la memoria de su pasado, lo que fue de él, sus amores, sus mujeres y no sé que más.


Por la forma en que se viste pienso que él es una mezcla de Pedro Navajas con Rigo Tovar. La otra tarde lo vi arriba de su viejo Chevrolet. Estaba sentado al volante, observando a la mujeres pasar. Creo que revivía viejos recuerdos de cuando manejaba de noche por el centro de la ciudad, frecuentando cabarets o paseando a una mujer en su Chevrolet blanco, con música de fondo de Pérez Prado o Micky Laure. Él sigue paseando en ese viejo Chevrolet abandonado que tiene periódicos en las ventanas y sus asientos ruñidos por el tiempo. Sigue sentado, viajando en ese Chevrolet que en vez de llantas tiene bloques.


**



Por fin me dijiste adiós


Leticia Espinoza (1985) es originaria de Castaños, Coahuila y actualmente estudia la licenciatura en Comunicación en la U.A. de C. En esta texto aborda la pérdida vista a través de los ojos de una niña.


Siempre era puntual en las mañanas de domingo para acompañarnos a comer.


—Hombre, el séptimo día es para descansar —le decía mi padre a mi abuelo.


Él sólo le devolvía la mirada y le regalaba una rápida sonrisa. Mi abuelo se sentaba para acompañarlo y observaba con tranquilidad lo que mi padre hacía. Nunca los escuché hablar mucho, hasta que llegaba yo a romper el silencio con mis correteos y el clásico:


—Hola güelito, te traje naranjas.


Comer naranjas juntos era el pretexto ideal para reclamar su atención y bastaban unos segundos para tener a mi abuelo jugando a la pelota o sacándole punta, con su filosa navaja, a mis colores de madera.


Me atrevo a pensar que fui la nieta más envidiada por mis primas. Era la más pequeña y con mi carisma infantil esperaba a mi abuelo cada domingo. Me emocionaba cuando a lo lejos lo veía con su andar ágil, sus ropas caqui, su sombrero. A veces iba apoyado de una garrocha y seguido por dos o tres perros.


El abuelo era travieso y curioso. Lo extraño. Sucedió una tarde. Alguien avisó a mis padres que no encontraban al abuelo. Optimista, pensé que tal vez había decidido caminar un poco, como solía hacerlo (me platicaba, muy orgulloso, cuánto había caminado de joven pastoreando ovejas. Cuando veíamos las lomas, me repetía: “Allá, mija, todo eso que ves, lo caminé yo”).


Los días parecían iguales. La niebla y la incipiente lluvia los hacía idénticos. Mi vida continuaba entre risas y muñecas, pero en el fondo deseaba que la lluvia parara porque mi abuelo ya estaría muy empapado. Necesitaría entonces un baño caliente y un caldito de pollo, lástima que yo no supera cocinar.


La familia era un desastre. En cada rincón había gente con caras largas y a diario llegaban a preguntar si ya teníamos noticias del abuelo. No sé cuántas búsquedas se organizaron. La desesperación nunca me invadió: sabía que tarde o temprano lo hallarían.


El día que lo encontraron yo lo esperaba ver algo enfermo, así que decidí ponerme un vestido rojo y blanco de cuadritos, mi favorito, y mis zapatitos blancos. Pensé que le daría gusto verme así de linda para él, como cuando me llevaba al circo. Legué a un espectáculo de lágrimas y ya no pude verlo: su caja estaba sellada.


Creo que me la pasé consolando gente ese día y sólo me preguntaba porqué el abuelo no se había despedido de mí, eso era lo que me ponía triste. Durante meses me pregunté lo mismo.


De niña sólo recuerdo uno de mis sueños, el mejor de todos: estábamos, como de costumbre, papá, el abuelo y yo. Caminábamos en una loma y de pronto mi abuelo dijo:


—Hasta aquí, mija, váyase con su papá. Yo tengo que seguir solo —sonrió y me dijo adiós.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Edición del domingo 13 de mayo



El negocio de doña Karla
Por Alicia E. Bernal C.
Todos los días por la mañana se levanta la señora Karla a abrir su tienda. En ella hay maquinitas y tiene clientes que a diario van y ahí se encuentran.
La señora Karla tiene 67 años aproximadamente, mide 1.75 más o menos. Ella siempre está muy alegre, de vez en cuando se pone a pelear con un grupo de muchachos que sólo van a su negocio a hacerle desastres, lo que le molesta porque tiene sus cosas en su lugar y no le gusta que se las desordenen, como hacen los muchachos que se juntan afuera de su tienda.

Mi vecino Nacho
Por Azucena García Zavala
Es moreno, alto, tiene 14 años, es algo empalagoso y noviero. Cuando se trata de apoyarte él está ahí, te sabe explicar muchas cosas, pero si te explica algo más de cuatro veces se desespera. Es sincero y simpático. También pienso que ayuda a la comunidad pues ayer le ayudó a una viejita a pintar su casa. Es un buen amigo.

Un lugar santo
Por Alejandro Torres
La Iglesia es un lugar al que va toda la gente católica. Atrás del templo vive un padre que se llama Marcos, él da misa todos los domingos. Cuando hay bodas, XV años, bautizos y en cada misa que se celebra, un grupo de jóvenes cantamos. Hay también un grupo que ayuda a la gente necesitada, llamado Cáritas.

Salubridad y ecología en la Secundaria 85
Por Abigail Rivera Santellana
La escuela Técnica Número 85 es muy grande porque tiene mucho terreno y está bardado. Tiene 22 salones que cuentan con aire acondicionado. Cuando nos ponen a limpiar salen víboras o tarántulas y otra clase de animales. Hay un techado para educación física y una cancha en el arroyo. A veces, cuando nos toca taller, nos salen algunos animales y les hablan a los intendentes para que vayan a matarlos.

La plaza del barrio
Por José Luis Carreón Ortiz
La plaza del barrio tiene algunos juegos como columpios, resbaladeros, sube y bajas. Tiene muchas bancas donde las chavas se sientan a platicar y los chavos a veces se ponen a jugar en una cancha que también está ahí.
Algunos días se ponen puestos alrededor de la plaza a vender y los carros se estacionan de modo que no dejan pasar. Hay pinos y otros árboles y está cercado para que no se caigan los niños.

El río de Castaños
Por Luis Carlos López Flores
Es un lugar donde hay mucha vegetación, plantas, árboles y demasiados animales que molestan y pican mucho. En el agua hay una especie de planta que crece dentro. El río se caracteriza principalmente por tener un puente muy grande de color rojo, por donde pasa el tren. Con el paso de tiempo el río se fue secando y acortando su trayecto. Actualmente ya no tiene agua y está contaminado por la basura que tiran.

Bocatoche: un río abandonado
Por Noé Isaí Costilla Flores
El río es un lugar en el que hay agua, pescados, víboras y las personas van y se bañan. Está sucia porque las gente tira basura y contamina el agua. Van marihuanos, pero la policía va muy poco para allí y no hace nada. Hay una tienda pero tienen pocas cosas. El puente está rayado y en malas condiciones. Los alumnos del CECYTEC y de la secundaria 85, cuando no entran a clase, se van para allá a bañarse y hacer desastre.

El diablo en Castaños
Por Alan Gómez Macías
Una vez en un edificio muy alto, en la ciudad de Castaños, haba un baile. Uno de los niños que jugaba debajo de las mesas, vio una pata de gallo y una de cabra. Éste gritó y entonces el diablo se desvaneció al ser descubierto.

La leyenda del Asís
Por Rolando Omar
En la ciudad de Castaños, hubo un baile en un salón llamado Asís. Una chava preciosa estaba sentada y un chavo fue a sacarla a bailar. La chava, emocionada por el baile, le mira los pies y vio que uno era de gallo y otro de cabra. La muchacha, asustada, se desmayó y la gente corrió por todos lados, mientras que el diablo desaparecía.
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Por una conciencia ambiental

Juan Carlos Ramírez, estudiante de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Coahuila

La problemática ambiental que en la actualidad nos aqueja, no es una cosa que se estudie en un laboratorio lejano o esté afectando a lugares desconocidos para nosotros, es un problema de cada día: el aire que respiramos está contaminado, el calor es más intenso, los incendios forestales no dejan de ocurrir y la carencia del agua en distintas partes.

La Universidad Autónoma de Coahuila entendió que no sólo era necesario quejarse de la problemática ambiental, sino actuar, y así, a través de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, ha puesto en marcha un proyecto radiofónico llamado “Ecos de la naturaleza… Escuchando nuestra tierra”. Este programa pretende concientizar a la sociedad respecto al cuidado del medio ambiente, ya que no sólo es proteger árboles, flores y cosas por el estilo, sino tu hogar, tu región, tu vida.

¿Por qué la radio? El mejor auxilio que podemos encontrar recae en los medios masivos de comunicación, pero especialmente en la radio, pues es una herramienta que permite reforzar la educación ambiental de manera fácil, económica y agradable, gracias a las posibilidades que nos ofrece. La radio siempre está presente en lugares difíciles de llegar, por eso este es el medio ideal para cubrir la imperiosa necesidad de abordar este tema y tratar de comunicarlo a toda la población coahuilense.

Este radioprograma no es uno más que sólo se planea y se empieza a transmitir. Tiene la particularidad de que ha sido producto de toda una investigación, por lo que tiene una estructura bien definida y planeada con el fin de comunicar, no simplemente informar.
Por el momento podremos escuchar este programa a través de la frecuencia de la radiodifusora del gobierno estatal, Radio Gente (93.9 FM), en Monclova, todos los viernes a las cuatro de la tarde. Los invitamos: realmente vale la pena.

jueves, 10 de mayo de 2007

Edición del domingo 6 de mayo


Rostros de Borges

Durante los próximos meses estaremos comentado, desde la mirada de los jóvenes, la obra de diversos escritores latinoamericanos. El primer turno es para uno de múltiples rostros: Jorge Luis Borges.

Por Miguel Gaona
En el retrato de portada, la mirada gris y ciega dirigida al cielo invita a suponer una plegaria. Sin embargo, negada la visión al retratado, tal gesto –las pupilas apuntando a las alturas– podría significar no pocas cosas. Permitido el arbitrio: la terquedad de un rostro que recuerda la búsqueda continua en los estantes altos de una biblioteca.

Otro de los rostros de Borges es el del maestro, memorioso. Otro, el del poeta, rico en sus búsquedas formales y quizá algo parco en lo emotivo: adorador, por encima de todo, del lenguaje. Otro más el del narrador, intelectual y prodigioso arquitecto de ficciones. Otro el de abnegado hijo. Y otro, muy parecido, de abnegado hijo de Argentina.

En los tres años anteriores a su muerte, ocurrida en 1986, Jorge Luis Borges mantuvo numerosos diálogos radiofónicos con su compatriota Osvaldo Ferrari. La mayoría de estos diálogos fueron transcritos y publicados en una selección amplia entre 1985 y 1987, y fueron seguidos en la imprenta por otro volumen aparecido en 1999, que registra los últimos diálogos de esta larga serie, que por motivos legales habían permanecido inéditos.

Estos diálogos, los últimos, que aparecieron bajo el sello de Editorial Sudamericana, en la serie Señales, bajo el título Reencuentro. Diálogos inéditos, fluyen con la naturalidad de una conversación, pero son dirigidos hábilmente por el entrevistador hacia los derroteros secretos y conocidos a los que la obra borgiana conduce. Quedan plasmados ahí los intereses, manías, opiniones, divagaciones, arrepentimientos, capacidades e incapacidades del genio argentino.

A través de sus diálogos, los rostros de Borges enlistados arriba no se condensan, sino que se suceden e intercalan con una velocidad prodigiosa, como las cartas en las manos del tahúr.

En ellos, emulando la enumeración que el autor hace en el cuento señalado, pueden verse a través de su lucidez y su memoria –increíbles ambas– el cielo y el infierno; la llanura sureña y los rincones del mundo donde esta llanura fue rememorada; un puñado de poetas ingleses, irlandeses, americanos, argentinos; ciertas revistas y la revelación sobre cada una de sus letras; el mar y su indecible canto; películas atravesadas por la emoción y por la crítica; sanatorios de Palermo, de la calle Brasil y de calles y pueblos inventados; los sabios griegos y judíos; su propio rostro, el de Borges, desde incontables perspectivas; la amistad y su eco en las letras de su patria; un crepúsculo europeo y una aurora texana; madrugadas perdidas en las orillas de Buenos Aires; historias universales de la infamia y de la dignidad; metáforas deportivas, religiosas, bélicas que la realidad ha construido, entre muchas otras imágenes que se entrecruzan con las ya mencionadas, modificándolas o modificándose en ese tránsito.

En su prólogo a la primera publicación de sus diálogos con Ferrari, Borges dice: “Unos quinientos años antes de la era cristiana se dio en la Magna Grecia la mejor cosa que registra la historia universal: el descubrimiento del diálogo. La fe, la certidumbre, los dogmas, los anatemas, las plegarias, las prohibiciones, las órdenes, los tabúes, las tiranías, las guerras y las glorias abrumaban al orbe; algunos griegos contrajeron, nunca sabremos cómo, la singular costumbre de conversar”.

Y es en esa singular costumbre que Borges parece deleitarse usando el recuerdo y la perseverancia —dotes intelectuales, ideales, del lenguaje y la cronología— como armas principales contra la muerte y el olvido.

Jorge Luis Borges, Osvaldo Ferrari. “Reencuentro. Diálogos Inéditos”. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1999. 240 pp.

sábado, 5 de mayo de 2007

Edición del domingo 29 de abril


Ese niño que fui yo’


Nunca se está solo

Por Miguel Ángel Torres
—Es que no veo que convivas con tus compañeros —dije inquietado aquel mediodía—. Me preocupas, en serio. Siempre estás allá arrinconado, hablando… a la pared… No estás enfermo, ¿verdad? Si es así…
—No, para nada —me respondió tímidamente—. Estoy a gusto así, en silencio.
—¿Sin personas a tu lado y sin nada qué hacer? ¿No te fastidias?
—No, profesor; además nunca estoy sin nadie a mi lado, como usted cree.
—Ah, ¿no? Entonces tienes amigos en algún rincón de esta escuela.
—Sí, hace un rato estaba conmigo a la que más estimo, pero no se lo diga, por favor. Es mi mejor amiga, aunque ella no lo sepa.
—¡Ajá! Ella... ¿Y dónde está?
—Se acaba de ir.
—Y salió volando, se esfumó, ¿o qué? No vi salir a nadie.
—Usted no la miró porque ella no es humana.
—Bien, de acuerdo… Pero cuando estés solo, como ahora, por ejemplo, si deseas compañía, ¿me lo dirás? Platicaremos de ti o de lo que tú quieras.
—Puede que sí… o que no. Es que ella me frecuenta mucho y a veces, cuando todos se han ido, me aguarda a la salida, y la verdad no me gustaría dejarla esperando. ¡Pero cuando me le escondo, siempre da conmigo! Es increíble, surge de la nada… Ya me voy, con permiso, es hora de salir.
—Y ya que no aparece esa amiga tuya, si gustas, te llevo a tu casa para que no te vayas así.
—No, gracias, profe… No se moleste. Por ahí ha de andar ella. En cualquier momento me sorprende la Soledad.
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La libretita del mar
A mi ahijado Dieguito
el rayito que cambió sentimientos
Por Néstor Adame Santos
En un pueblo caluroso, vivía una niña llamada Mónica quien nunca antes había salido de vacaciones. Cuando fue Semana Santa la hermana de su papá la invitó a conocer el mar. La niña nunca antes había estado lejos de sus hermanos. Uno de ellos le regaló una pequeña libretita que había pertenecido a su abuelo. Ese regalo era lo único que el muchacho conservaba como recuerdo del fallecido patriarca. Su hermano Pepe no contaba con suficiente dinero para comprar otra libreta común y corriente y con mucho pena le regaló la libreta a Mónica, con el fin de que ahí la niña anotara todo lo que viera en la playa y después se los enseñara a ellos, que en esas vacaciones no saldrían más que a la tienda por los mandados.

Mónica llegó a la playa y se asombró al ver tanta belleza transformada en agua. Ella pasaba las tardes sentada en la arena anotando y describiendo todo lo que veía; describía cómo eran las palmeras, cómo rugía y chocaban las olas del mar, el vértigo que se sentía al pasear en una lancha, el aspecto y misterio que tenían los navegantes, las pláticas divertidas que sostenía con los viejos del lugar, el sol que le quemaba hasta los huesos, las noches en que se despertaba para describir, por la cortina de su ventana, a la luna. Todo esto quedó impregnado en la libretita que nunca escondió página alguna para que Mónica plasmara todo lo que veía.

Cuando Mónica regresó con sus hermanos, ellos quisieron saber qué había visto y escrito. Abrió su libreta y en la primera página, sorpresivamente, saltó una enorme palmera. En la segunda hoja brotó un furioso mar que invadió toda la habitación en la que se encontraban y la libreta se perdió con el alboroto. Las hojas se iban abriendo y de ellas saltaban varias cosas: un sol maravilloso que se colocó en lo más alto del cielo, la arena que se regó por la planicie del pavimento, las palmeras que sustituyeron a los postes de luz que están en las esquinas y hasta los viejos en sus lanchas arribaron hasta donde los niños estaban. Ellos, sorprendidos y encantados por la magia del mar, se olvidaron de la libreta y se arrojaron al agua para disfrutar del paraíso que la libretita había trasladado a la ciudad. Las hojas gastadas de la libretita se volvieron a hundir en las profundidades de ese sorpresivo mar. Y se quedaron ahí, esperando unas nuevas manos para que la rescatasen.
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Charco alegre

Por Melina Chavarría
Lula y Lucy eran buenas amigas: ambas vivían en Charco alegre, junto con la banda de las ranas que siempre se burlaba de ellas. Decían que Lula era una libélula tan opaca como el cemento y Lucy en vez de parecer una luciérnaga parecía un caracol, por lo despacio que volaba. Pero sobre todo, decían que las dos estaban tan viejas como Lola la tortuga.

Lula y Lucy trataban de no darle importancia a esos comentarios, pero en el fondo sabían que eran verdad: cuando Lula era niña su padre siempre la discriminó por ser, de sus hijas, la más fea y gris. Por otro lado, Lucy nació con las alas muy pequeñas y por lo tanto era muy torpe y lenta a la hora de volar.

Una noche, las dos contemplaban el cielo. Esto lo hacían una vez por semana y la regla era observar el firmamento pero en total silencio. Sin embargo esta noche fue distinta porque Lula rompió la regla y dijo:

—Lucy, quiero confesarte que siempre he deseado ser como tú.
—¿Quééé? — contestó Lucy.
—Es que eres tan luminosa. Ya ves, gracias a ti no tenemos que pagar el recibo de la luz. Y yo soy tan gris, me veo más vieja, en cambio tú…
—Pues si a esas vamos, confieso que yo también quisiera ser como tú —interrumpió Lucy.
—No bromees con eso, Lucy.
—No bromeo, Lula. Mira, tú posees una enormes alas. Cuando las ranas nos molestan siempre me llevas en tu espalda porque yo muy apenas y puedo volar. Gracias a ti las ranas no me han comido.

Ambas se rieron y guardaron silencio. Se sentían felices al saber que se admiraban mutuamente. Después de unos minutos, Lucy interrumpió el silencio:

—Ahora entiendo el porqué somos amigas.
—¿Por qué? —preguntó Lula.
—Porque ambas tenemos defectos que complementan nuestra amistad.
—Nuestros defectos han ayudado a que tú y yo podamos sobrevivir, ayudándonos la una a la otra.

En ese momento Lula y Lucy se abrazaron. De repente, de la luna salió un rayo de luz que iluminó Charco alegre. Todos los insectos, Lola la tortuga y hasta la banda de las ranas salieron de sus casas para ver lo que pasaba.

—¿Vieron eso? —preguntó Lola la tortuga.
—Sí. Pos nosotras estábamos croando cuando de repente una lucezota nos hizo callar —contestó una de las ranas.
—Lo único que yo vi fue que la luz vino desde la casa de la Lula y la Lucy —dijo otra de las ranas.

Así estaba la comunidad, discutiendo sobre la misteriosa luz cuando un insecto volador no identificado salió de entre las ramas.

—¡Chequen eso! —exclamó una rana.
—Es una libelulota —dijo otra.
—¡No’mbre, que no ves que brilla! Es una luciérnaga —aclaró Lola la tortuga.

El misterioso insecto tenía enormes alas al igual que una libélula pero su parte trasera brillaba cual luciérnaga. Era el insecto más hermoso que habían visto.

Desde esa noche nadie volvió a saber de Lula y de Lucy: ambas habían desaparecido de Charco alegre.

Edición del domingo 22 de abril


La imaginación Perfecta
En este texto Jesé Avendaño (Saltillo, Coahuila, 1986) reseña la más reciente novela de la escritora Carmen Boullosa (Ciudad de México, 1954).

Al finalizar la lectura de “La novela perfecta”, de la mexicana Carmen Boullosa, ganadora del Xavier Villaurrutia, consideré oportuno revalorar el término que le damos a la palabra "perfecto". ¿Cuántas veces pronunciamos esa palabra en situaciones incorrectas? Tenemos al típico personaje oficinesco que presume su mayor defecto: "soy muy perfeccionista". O a la pareja de novios que, con toda la melcocha del mundo, se dicen al mismo tiempo: "eres perfecto para mí" y rematan con un profundo suspiro. Observé que nuestra "perfección" es nada, comparada a lo que pasa en el libro; ésta sí roza con la cualidad de los dioses.

¿La que voy a leer será una novela perfecta? En seguida inicié la lectura para sacarme de dudas y encontré una novela casi móvil (muerde como perro furioso) que reta al lector, lo sorprende y le hace bromas, todo en un espacio de menos de doscientas páginas. Abran la boca y prepárense para el sensor que insertaré bajo sus lenguas.

El inicio, elemento principal para enganchar al lector, es muy tentador: una persona nos quiere platicar algo pero asegura que no le vamos a creer. Esto te atrae para seguir la lectura, porque el autor te predestina a que lo que ocurre es algo verdadero pero increíble. Todo empieza con un novelista, holgazán y mantenido, que no se decide a escribir su segunda obra. Él tiene la gran novela dentro de su cabeza (como todos), pero hace tiempo que no se sienta para escribir.
Situado en Nueva York con su esposa, una abogada, no tiene graves problemas. Es entonces cuando un vecino suyo, Paul Lederer, lo invita a escribir esa novela... pero a escribirla fielmente, expresarla tal cual es, que los lectores “la vivan” y no simplemente la lean, porque «las frases son siempre coladeras, siempre tienen hoyos, siempre hay un espacio, así sea infinitamente pequeño, donde el lector puede escurrírsele al autor». En otras palabras: maquinarán la novela perfecta.

Con ayuda de un software inventado por Paul (incluidos sensores en la boca), la máquina puede recrear todo lo que ocurre en la mente del protagonista: pero no recrear como en una pintura o en una función cinematográfica, sino presentar las sensaciones, la tensión, la humedad, la sensibilidad, la imaginación pura. Vivir la novela y no simplemente tenerla en frías hojas. Algo indescriptible: «Voy a intentar ponerlo en palabras, pero pero pero, sin un ápice ya de fe. Serán palabras desilusionadas de sí mismas, que uso porque no me queda de otra; comparadas con lo que vi, no serán nada». La novela perfecta, dice el narrador más adelante, no entra por el ojo: entra por los cinco sentidos.

Hay una palabra para describir el ritmo de la novela: vertiginoso. Mezclando el inglés y el español, frases comunes y habla coloquial, junto con la algarabía de vivir en una ciudad llena de movimiento y un narrador que se dedica a escribir, el relato adquiere un flujo musical vivo y que sumerge en la atmósfera. Para muestra bastan unas letras: «El día que me detuve para leer con dentenimiento este póster, uno de los de la tienda me dirigió la palabra en mal inglés: "those is in Mexico", y "sí, ya vi", le contesté, "¿pusquíhablas español, güero?", "soy mexicano", "¿pusdiónde?", "chilango", "¡aaah!", y escupiendo su "¡aaaah!" se echó a correr hacia la puerta de la deli y se metió sin terminarlo —"¡aaa!"— como si yo le hubiera dicho "tengo tiña y de la que deveras contagia"». La trama plantea serias cuestiones sobre la identidad y «la loca de la casa»: ¿dónde queda mi privacidad si todo lo que pienso se proyecta?, ¿el creador de historias tiene el deber de hacerlas públicas?, ¿hasta qué punto estamos dispuestos a escribir lo que pensamos?

A ratos la novela parece desviarse en largas descripciones de lugares neoyorquinos o en tramas alternas que carecen de importancia. Esto podría ser una desventaja, pero, a mi juicio, la autora ejemplifica la «diarrea» imaginativa que el software pretende hacer tangible a través de estos desvíos. Esas descripciones que no llevan a ninguna parte son el reflejo de nuestra función cerebral: nunca pensamos en algo tanto tiempo como para no desviarnos con cualquier distracción, nuestra concentración carece de fuerza.

“La novela perfecta” tiene todo para pasar una lectura agradable: chistes, originalidad, ritmo, trama y es muy corta (ventaja para los que no tienen tiempo para leer). Te sumerge y no te ahoga (aunque sí te impide respirar a momentos). Ideal para reflexionar y entretenerte un buen rato. Es una novela perf... ejem, bueno, muy recomendable.

Carmen Boullosa, “La novela perfecta”, Alfaguara, México, 2006
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Si la furia

Se aprende más en una noche en vela que en un año acostado
–E.M. Cioran

Por Alejandro Páez Varela

Si me detengo a la puerta de un bar; si en la entrada de un restaurante; si al pie de una larga mesa de comensales; si veo por el hombro la ciudad, se que ella estará (cuando está), seguramente, porque justo en donde se ha sentado ha caído un pedazo de noche, suave, como lluvia de notas bajas para chelo o como pellizcos delicados al violín. (Aún de día. Un pedazo de noche).

Si bebemos, hasta agotarnos (la estupidez del mundo merece todo el alcohol); si aborrecemos, pegamos violentamente con la cabeza al suelo hasta que se parten las montañas. Si el amor, mucho, sin horario.

La tristeza es su idioma materno, que aprendió cuando yo no estaba. No lo habla en público: lo ronca, y yo estoy para contarlo. La imagino como un cometa, con esa cola miserable que la persigue, cola larga de desencuentros. He intentado por todos los medios espantar ese alo de tristeza. Chú, chú, le digo, como hace el sepulturero a los pájaros y a los perros que se pelean la carne de los muertos en los cementerios. Chú, chú. Pero ella habla la triste y no se deja, y, además, sin la tristeza, ¿para qué esos ojos?

Si veo a través de su piel, el rostro, los brazos, el pecho prerrafaelitas; si escarbo carne adentro, corren ríos de furia que se confunden con sangre. Si la furia. Si la furia de cosas que no entiendo. Si asuntos que no deberían incumbirme; si viejas heridas y viejas rencillas que yo no puedo sanar y que no me pertenecen y (díganme si me equivoco al preguntar) ¿para qué saber de ellas?

La vida tiene muchos trucos, crucigramas que llenamos a diario. En ella no hay tal. Todo llega como jaque mate, como rompecabezas que se sale de la caja completamente armado.

Si me duermo en el baño de un bar, si me desnudo y me paro en la ventana; si me bajo corriendo las escaleras (un domingo, sin prisa); si pongo los tenis a secar al borde de la azotea (cuarto piso) y los recojo a las seis, siete de la mañana (después de la parranda), y malabareo mi indecencia, se que no estoy solo. Ella está sentada por allí, la habré de encontrar, porque los hoyos negros no pueden ocultar su atracción, y esta es una ley inquebrantable de la física y la astrología y ciencias paralelas-qué-se-yo.

Si me detengo a pensar; si analizo las cosas que importan habré de volver los ojos ciegos a ella (sin conocerla demasiado), párpados como cobija de lana; labio picudo de pajarito que pide agua, por favor agua, denme agua, agua o lo que sea, lo que sea, lo que sea, que la infelicidad provoca, por lo regular, mucha sed.

Si me detengo a la puerta de un bar, si entro al tubo que lleva directo a mi vida, no la busco: ella llega.

Alejandro Paéz Varela. Ha sido reportero, editor y funcionario de varios medios mexicanos, tanto del interior del país como del Distrito Federal. Se desempeñó como editor portada de El Economista, editor de ‘Negocios’ de Reforma, editor de ‘Finanzas’ de El Universal, y actualmente es subdirector fundador de El Despertador SA de CV, empresa de medios que edita Día Siete, Tentación y Energía Hoy.