sábado, 5 de mayo de 2007

Edición del domingo 29 de abril


Ese niño que fui yo’


Nunca se está solo

Por Miguel Ángel Torres
—Es que no veo que convivas con tus compañeros —dije inquietado aquel mediodía—. Me preocupas, en serio. Siempre estás allá arrinconado, hablando… a la pared… No estás enfermo, ¿verdad? Si es así…
—No, para nada —me respondió tímidamente—. Estoy a gusto así, en silencio.
—¿Sin personas a tu lado y sin nada qué hacer? ¿No te fastidias?
—No, profesor; además nunca estoy sin nadie a mi lado, como usted cree.
—Ah, ¿no? Entonces tienes amigos en algún rincón de esta escuela.
—Sí, hace un rato estaba conmigo a la que más estimo, pero no se lo diga, por favor. Es mi mejor amiga, aunque ella no lo sepa.
—¡Ajá! Ella... ¿Y dónde está?
—Se acaba de ir.
—Y salió volando, se esfumó, ¿o qué? No vi salir a nadie.
—Usted no la miró porque ella no es humana.
—Bien, de acuerdo… Pero cuando estés solo, como ahora, por ejemplo, si deseas compañía, ¿me lo dirás? Platicaremos de ti o de lo que tú quieras.
—Puede que sí… o que no. Es que ella me frecuenta mucho y a veces, cuando todos se han ido, me aguarda a la salida, y la verdad no me gustaría dejarla esperando. ¡Pero cuando me le escondo, siempre da conmigo! Es increíble, surge de la nada… Ya me voy, con permiso, es hora de salir.
—Y ya que no aparece esa amiga tuya, si gustas, te llevo a tu casa para que no te vayas así.
—No, gracias, profe… No se moleste. Por ahí ha de andar ella. En cualquier momento me sorprende la Soledad.
**

La libretita del mar
A mi ahijado Dieguito
el rayito que cambió sentimientos
Por Néstor Adame Santos
En un pueblo caluroso, vivía una niña llamada Mónica quien nunca antes había salido de vacaciones. Cuando fue Semana Santa la hermana de su papá la invitó a conocer el mar. La niña nunca antes había estado lejos de sus hermanos. Uno de ellos le regaló una pequeña libretita que había pertenecido a su abuelo. Ese regalo era lo único que el muchacho conservaba como recuerdo del fallecido patriarca. Su hermano Pepe no contaba con suficiente dinero para comprar otra libreta común y corriente y con mucho pena le regaló la libreta a Mónica, con el fin de que ahí la niña anotara todo lo que viera en la playa y después se los enseñara a ellos, que en esas vacaciones no saldrían más que a la tienda por los mandados.

Mónica llegó a la playa y se asombró al ver tanta belleza transformada en agua. Ella pasaba las tardes sentada en la arena anotando y describiendo todo lo que veía; describía cómo eran las palmeras, cómo rugía y chocaban las olas del mar, el vértigo que se sentía al pasear en una lancha, el aspecto y misterio que tenían los navegantes, las pláticas divertidas que sostenía con los viejos del lugar, el sol que le quemaba hasta los huesos, las noches en que se despertaba para describir, por la cortina de su ventana, a la luna. Todo esto quedó impregnado en la libretita que nunca escondió página alguna para que Mónica plasmara todo lo que veía.

Cuando Mónica regresó con sus hermanos, ellos quisieron saber qué había visto y escrito. Abrió su libreta y en la primera página, sorpresivamente, saltó una enorme palmera. En la segunda hoja brotó un furioso mar que invadió toda la habitación en la que se encontraban y la libreta se perdió con el alboroto. Las hojas se iban abriendo y de ellas saltaban varias cosas: un sol maravilloso que se colocó en lo más alto del cielo, la arena que se regó por la planicie del pavimento, las palmeras que sustituyeron a los postes de luz que están en las esquinas y hasta los viejos en sus lanchas arribaron hasta donde los niños estaban. Ellos, sorprendidos y encantados por la magia del mar, se olvidaron de la libreta y se arrojaron al agua para disfrutar del paraíso que la libretita había trasladado a la ciudad. Las hojas gastadas de la libretita se volvieron a hundir en las profundidades de ese sorpresivo mar. Y se quedaron ahí, esperando unas nuevas manos para que la rescatasen.
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Charco alegre

Por Melina Chavarría
Lula y Lucy eran buenas amigas: ambas vivían en Charco alegre, junto con la banda de las ranas que siempre se burlaba de ellas. Decían que Lula era una libélula tan opaca como el cemento y Lucy en vez de parecer una luciérnaga parecía un caracol, por lo despacio que volaba. Pero sobre todo, decían que las dos estaban tan viejas como Lola la tortuga.

Lula y Lucy trataban de no darle importancia a esos comentarios, pero en el fondo sabían que eran verdad: cuando Lula era niña su padre siempre la discriminó por ser, de sus hijas, la más fea y gris. Por otro lado, Lucy nació con las alas muy pequeñas y por lo tanto era muy torpe y lenta a la hora de volar.

Una noche, las dos contemplaban el cielo. Esto lo hacían una vez por semana y la regla era observar el firmamento pero en total silencio. Sin embargo esta noche fue distinta porque Lula rompió la regla y dijo:

—Lucy, quiero confesarte que siempre he deseado ser como tú.
—¿Quééé? — contestó Lucy.
—Es que eres tan luminosa. Ya ves, gracias a ti no tenemos que pagar el recibo de la luz. Y yo soy tan gris, me veo más vieja, en cambio tú…
—Pues si a esas vamos, confieso que yo también quisiera ser como tú —interrumpió Lucy.
—No bromees con eso, Lucy.
—No bromeo, Lula. Mira, tú posees una enormes alas. Cuando las ranas nos molestan siempre me llevas en tu espalda porque yo muy apenas y puedo volar. Gracias a ti las ranas no me han comido.

Ambas se rieron y guardaron silencio. Se sentían felices al saber que se admiraban mutuamente. Después de unos minutos, Lucy interrumpió el silencio:

—Ahora entiendo el porqué somos amigas.
—¿Por qué? —preguntó Lula.
—Porque ambas tenemos defectos que complementan nuestra amistad.
—Nuestros defectos han ayudado a que tú y yo podamos sobrevivir, ayudándonos la una a la otra.

En ese momento Lula y Lucy se abrazaron. De repente, de la luna salió un rayo de luz que iluminó Charco alegre. Todos los insectos, Lola la tortuga y hasta la banda de las ranas salieron de sus casas para ver lo que pasaba.

—¿Vieron eso? —preguntó Lola la tortuga.
—Sí. Pos nosotras estábamos croando cuando de repente una lucezota nos hizo callar —contestó una de las ranas.
—Lo único que yo vi fue que la luz vino desde la casa de la Lula y la Lucy —dijo otra de las ranas.

Así estaba la comunidad, discutiendo sobre la misteriosa luz cuando un insecto volador no identificado salió de entre las ramas.

—¡Chequen eso! —exclamó una rana.
—Es una libelulota —dijo otra.
—¡No’mbre, que no ves que brilla! Es una luciérnaga —aclaró Lola la tortuga.

El misterioso insecto tenía enormes alas al igual que una libélula pero su parte trasera brillaba cual luciérnaga. Era el insecto más hermoso que habían visto.

Desde esa noche nadie volvió a saber de Lula y de Lucy: ambas habían desaparecido de Charco alegre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Digamos que la Soledad se llevó una libertita y anotó todo lo que vio en Charco Alegre...
bonitos cuentos los tres! :D

Jetsé