La imaginación Perfecta
En este texto Jesé Avendaño (Saltillo, Coahuila, 1986) reseña la más reciente novela de la escritora Carmen Boullosa (Ciudad de México, 1954).
Al finalizar la lectura de “La novela perfecta”, de la mexicana Carmen Boullosa, ganadora del Xavier Villaurrutia, consideré oportuno revalorar el término que le damos a la palabra "perfecto". ¿Cuántas veces pronunciamos esa palabra en situaciones incorrectas? Tenemos al típico personaje oficinesco que presume su mayor defecto: "soy muy perfeccionista". O a la pareja de novios que, con toda la melcocha del mundo, se dicen al mismo tiempo: "eres perfecto para mí" y rematan con un profundo suspiro. Observé que nuestra "perfección" es nada, comparada a lo que pasa en el libro; ésta sí roza con la cualidad de los dioses.
¿La que voy a leer será una novela perfecta? En seguida inicié la lectura para sacarme de dudas y encontré una novela casi móvil (muerde como perro furioso) que reta al lector, lo sorprende y le hace bromas, todo en un espacio de menos de doscientas páginas. Abran la boca y prepárense para el sensor que insertaré bajo sus lenguas.
El inicio, elemento principal para enganchar al lector, es muy tentador: una persona nos quiere platicar algo pero asegura que no le vamos a creer. Esto te atrae para seguir la lectura, porque el autor te predestina a que lo que ocurre es algo verdadero pero increíble. Todo empieza con un novelista, holgazán y mantenido, que no se decide a escribir su segunda obra. Él tiene la gran novela dentro de su cabeza (como todos), pero hace tiempo que no se sienta para escribir.
Situado en Nueva York con su esposa, una abogada, no tiene graves problemas. Es entonces cuando un vecino suyo, Paul Lederer, lo invita a escribir esa novela... pero a escribirla fielmente, expresarla tal cual es, que los lectores “la vivan” y no simplemente la lean, porque «las frases son siempre coladeras, siempre tienen hoyos, siempre hay un espacio, así sea infinitamente pequeño, donde el lector puede escurrírsele al autor». En otras palabras: maquinarán la novela perfecta.
Con ayuda de un software inventado por Paul (incluidos sensores en la boca), la máquina puede recrear todo lo que ocurre en la mente del protagonista: pero no recrear como en una pintura o en una función cinematográfica, sino presentar las sensaciones, la tensión, la humedad, la sensibilidad, la imaginación pura. Vivir la novela y no simplemente tenerla en frías hojas. Algo indescriptible: «Voy a intentar ponerlo en palabras, pero pero pero, sin un ápice ya de fe. Serán palabras desilusionadas de sí mismas, que uso porque no me queda de otra; comparadas con lo que vi, no serán nada». La novela perfecta, dice el narrador más adelante, no entra por el ojo: entra por los cinco sentidos.
Hay una palabra para describir el ritmo de la novela: vertiginoso. Mezclando el inglés y el español, frases comunes y habla coloquial, junto con la algarabía de vivir en una ciudad llena de movimiento y un narrador que se dedica a escribir, el relato adquiere un flujo musical vivo y que sumerge en la atmósfera. Para muestra bastan unas letras: «El día que me detuve para leer con dentenimiento este póster, uno de los de la tienda me dirigió la palabra en mal inglés: "those is in Mexico", y "sí, ya vi", le contesté, "¿pusquíhablas español, güero?", "soy mexicano", "¿pusdiónde?", "chilango", "¡aaah!", y escupiendo su "¡aaaah!" se echó a correr hacia la puerta de la deli y se metió sin terminarlo —"¡aaa!"— como si yo le hubiera dicho "tengo tiña y de la que deveras contagia"». La trama plantea serias cuestiones sobre la identidad y «la loca de la casa»: ¿dónde queda mi privacidad si todo lo que pienso se proyecta?, ¿el creador de historias tiene el deber de hacerlas públicas?, ¿hasta qué punto estamos dispuestos a escribir lo que pensamos?
A ratos la novela parece desviarse en largas descripciones de lugares neoyorquinos o en tramas alternas que carecen de importancia. Esto podría ser una desventaja, pero, a mi juicio, la autora ejemplifica la «diarrea» imaginativa que el software pretende hacer tangible a través de estos desvíos. Esas descripciones que no llevan a ninguna parte son el reflejo de nuestra función cerebral: nunca pensamos en algo tanto tiempo como para no desviarnos con cualquier distracción, nuestra concentración carece de fuerza.
“La novela perfecta” tiene todo para pasar una lectura agradable: chistes, originalidad, ritmo, trama y es muy corta (ventaja para los que no tienen tiempo para leer). Te sumerge y no te ahoga (aunque sí te impide respirar a momentos). Ideal para reflexionar y entretenerte un buen rato. Es una novela perf... ejem, bueno, muy recomendable.
Carmen Boullosa, “La novela perfecta”, Alfaguara, México, 2006
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Si la furia
–E.M. Cioran
Por Alejandro Páez Varela
Si me detengo a la puerta de un bar; si en la entrada de un restaurante; si al pie de una larga mesa de comensales; si veo por el hombro la ciudad, se que ella estará (cuando está), seguramente, porque justo en donde se ha sentado ha caído un pedazo de noche, suave, como lluvia de notas bajas para chelo o como pellizcos delicados al violín. (Aún de día. Un pedazo de noche).
Si bebemos, hasta agotarnos (la estupidez del mundo merece todo el alcohol); si aborrecemos, pegamos violentamente con la cabeza al suelo hasta que se parten las montañas. Si el amor, mucho, sin horario.
La tristeza es su idioma materno, que aprendió cuando yo no estaba. No lo habla en público: lo ronca, y yo estoy para contarlo. La imagino como un cometa, con esa cola miserable que la persigue, cola larga de desencuentros. He intentado por todos los medios espantar ese alo de tristeza. Chú, chú, le digo, como hace el sepulturero a los pájaros y a los perros que se pelean la carne de los muertos en los cementerios. Chú, chú. Pero ella habla la triste y no se deja, y, además, sin la tristeza, ¿para qué esos ojos?
Si veo a través de su piel, el rostro, los brazos, el pecho prerrafaelitas; si escarbo carne adentro, corren ríos de furia que se confunden con sangre. Si la furia. Si la furia de cosas que no entiendo. Si asuntos que no deberían incumbirme; si viejas heridas y viejas rencillas que yo no puedo sanar y que no me pertenecen y (díganme si me equivoco al preguntar) ¿para qué saber de ellas?
La vida tiene muchos trucos, crucigramas que llenamos a diario. En ella no hay tal. Todo llega como jaque mate, como rompecabezas que se sale de la caja completamente armado.
Si me duermo en el baño de un bar, si me desnudo y me paro en la ventana; si me bajo corriendo las escaleras (un domingo, sin prisa); si pongo los tenis a secar al borde de la azotea (cuarto piso) y los recojo a las seis, siete de la mañana (después de la parranda), y malabareo mi indecencia, se que no estoy solo. Ella está sentada por allí, la habré de encontrar, porque los hoyos negros no pueden ocultar su atracción, y esta es una ley inquebrantable de la física y la astrología y ciencias paralelas-qué-se-yo.
Si me detengo a pensar; si analizo las cosas que importan habré de volver los ojos ciegos a ella (sin conocerla demasiado), párpados como cobija de lana; labio picudo de pajarito que pide agua, por favor agua, denme agua, agua o lo que sea, lo que sea, lo que sea, que la infelicidad provoca, por lo regular, mucha sed.
Si me detengo a la puerta de un bar, si entro al tubo que lleva directo a mi vida, no la busco: ella llega.
Alejandro Paéz Varela. Ha sido reportero, editor y funcionario de varios medios mexicanos, tanto del interior del país como del Distrito Federal. Se desempeñó como editor portada de El Economista, editor de ‘Negocios’ de Reforma, editor de ‘Finanzas’ de El Universal, y actualmente es subdirector fundador de El Despertador SA de CV, empresa de medios que edita Día Siete, Tentación y Energía Hoy.
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