José Adrián Vara (Saltillo, Coahuila, 1984), estudiante de la carrera de Letras Españolas de la UAdeC, nos cuenta en este texto cómo un beso puede resultar explosivo.
La Yoyis salió de la escuela buscándolo. Ella acababa de cumplir trece años, era escuálida, con unos anteojos enormes que remarcaban a sus ojos saltones, como de rana, usaba frenos y tenía un andar encorvado.
—¿Qué onda mi Yoyis? Aquí esta tu galanazo.
La sorprendió Ruperto Solís, alías el Ratón. El Ratón tenía veinticuatro años, era más bajito que la Yoyis, andaba tatuado, con aretes por todo el cuerpo incluso en la lengua.
—¡Ruperto!
—¡Oh, no me digas así!
—Así te llamas.
—Mejor dime Ratón ¿O qué? ¿No soy tu ratoncito? El que siempre anda husmeando en su coladera. No se ponga roja, parece cerillo.
—Cállate, no digas eso, te van a oír.
Caminaron hasta el parque: ella se recargó en el tronco de un nogal, él la miraba y ella, ruborizada, desviaba su mirada. Él le enseñaba la lengua y la movía como serpiente.
—¿Quieres un beso a la francesa?
—Bueno —dijo ella, tímidamente.
Los labios se juntaron bruscamente. La lengua del Ratón comenzó a serpentear inquietamente en la boca de la Yoyis. De pronto la acidez de la saliva, mezclada con el arete provocó una descarga al contacto con los empastes de la Yoyis. El flujo de electrones creó una corriente eléctrica de ciento diez voltios, la cual paralizó el corazón de ambos. Los dos quedaron abrazados como dormidos, en el pasto, y unidos en un beso que parecía prolongarse por toda la eternidad.
martes, 17 de abril de 2007
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2 comentarios:
Sabía que los besos son cargas eléctricas, pero no es para tanto, jajaja...
muy buen cuento, tiene una carga que electriza...
Jetsé
Es muy agradable leer a este joven porque sabes que el final siempre sorprende.
Un saludo.
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