lunes, 2 de abril de 2007

A propósito de la visita de José Emilio Pacheco



Aprovechando la reciente visita de José Emilio Pacheco a Coahuila, Jesé Avendaño (Saltillo, Coahuila, 1986) nos habla de su experiencia con el escritor, recorriendo a la vez su obra narrativa.





I. El principio del lector
Escribir
es vivir
en cierto modo.
-- J.E.P. Irás y no volverás

Habrá sido a la edad de doce o trece años cuando una lectora, llena de música, me habló de un libro que trataba sobre la adolescencia. «Es un libro con el que te puedes identificar», me dijo, como quien da un consejo a su discípulo. Pensando que me iba a recomendar lectura superacional, le seguí el juego, hasta que me citó el final de la novelita: «Si, en opinión de mi mamá, esta que vivo es "la etapa más feliz de la vida", cómo estarán las otras, carajo». Directo y a las costillas. Esa frase, abrumadoramente sincera, me ganchó a obtener el libro. ¿El título? El principio del placer del mexicano José Emilio Pacheco.

¿Dónde encontrarla? Recluido en la soledad y condenado, por una bruja hechicera, a perderme siempre que voy por la calle, jamás podría ubicarme en las librerías del centro de la ciudad. No había suficiente dinero para un taxi. ¿Pedirle a mis padres que me lleven? Comprar un libro, en esa tierna y confundida pubertad, es motivo de vergüenza (y de que todos te miraran raro, cual espagueti en una sopa de letras). Recordé que la papelería cercana a mi casa contaba con varios libros de la colección «Sepan cuantos...» y tal vez... Entonces una mentira, una excusa de tarea, y emprendí el viaje.

Es imposible olvidar a los protagonistas de aquel evento, no por la viveza del encuentro, ni el asentamiento en la memoria, sino porque los mismos siguen atendiendo el local. Desde hace años esa familia se ha encargado de vender, a los estudiantes, láminas, estampas, fichas, monografías, y de mostrar la amabilidad más nula existente. Y uso el «más» porque hay de nulidades a nulidades. Allí estaba, muerto de pena, esperando que alguien se me acercara y me preguntara qué necesitaba. La familia avanzaba de un lado a otro, ignorándome, saltándome con la mirada. Hasta que alguien, por fin, notó mi presencia e hizo la correspondiente pregunta. «Busco un libro que se llama El principio del placer de José Emilio Pacheco», dije. El señor me lanza una mirada como diciendo que era muy joven para libros con ese título: mi actitud era reprobable. «¿Te lo pidieron en la escuela?» y yo dije que sí, sin titubeos. Pacheco me había costado, hasta el momento, dos mentiras. Pagué, salí sin dar las gracias (nadie las requirió) y respiré profundo. Mi color de piel se recuperaba. El libro ya era mío. Era el principio del lector.

II. Narrativa del recuerdo

Es hoguera el poema
y no perdura
--J.E.P. El reposo del fuego

Todos hemos escuchado y quizá proferido la frase, que ahora constituye un lugar común, de «es un libro que no puedes dejar de leer». Me la han dicho tanto, antes de recomendarme una obra, que pareciera ser un estándar de calidad a la hora de imponer un juicio. «¿Pudiste dormir antes de terminar la obra?» diría la forma. Pero a mí pocos libros me quitan el sueño, aunque no son pocos los que me lo provocan. La narrativa de Pacheco tienen una fuerza extraña, una forma directa e irrebatible de jugar con el lenguaje, un cierto desasosiego que parcha tus ojos y te impide cerrarlos. Fue el primer libro con el que platiqué toda la noche.

La obra más importante de Pacheco, indudablemente, es la poética, pero en la narrativa el autor no se queda de plumas cruzadas. Entre la narrativa de José Emilio Pacheco está El principio del placer, El viento distante y La sangre de Medusa (libro que parece haber desaparecido de la faz de la tierra, ya que por más que he indagado en su paradero, ni siquiera he sabido cómo es la portada. Según un librero, dejaron de editarlo hace muchos años... ¿por qué?). En novelística Pacheco cuenta con Las batallas en el desierto (novelita corta que recuerda en mucho a El principio del placer) y Morirás lejos (experimental), ambas con la particular característica, inmanente tanto en su prosa como en sus versos, de recrear, lo más totalitariamente posible, un mundo que ya no es y que sólo vive en el experimento del recuerdo. Una de las obsesiones del autor es esa: el recuerdo, la pérdida del tiempo. Un tono nostálgico se desprende en muchos de sus cuentos, impregnando al lector de paisajes y caminos.


Sus relatos tienen la curiosa cualidad de imprimirse en la memoria del lector. ¿No es la memoria el perfecto parámetro que indica el impacto de una obra? Sus creaciones de quedan grabadas, cual daguerrotipo, debido a que es fácil identificarse con los personajes y las situaciones. ¿Quién no ha tenido un amor imposible? ¿Quién no ha sentido, de pronto, que el mundo entero te está jugando una mala pasada? Su obra narrativa está hilvanada por una extraña atmósfera que recuerda muchísimo (un personaje de un cuento lo reconoce) al argentino Julio Cortázar. Lo que el argentino hacía en muchas de sus creaciones era introducir un elemento discordante en un ambiente común, como un personaje que vomita conejos, un sueño que termina siendo real, un hombre amante de los peces que termina convertido en uno.


Los cuentos de Pacheco parten de la sencillez a la complicación, de un suceso aparentemente inofensivo a un monstruo terrorífico; desde su estructuración hasta sus anécdotas, todo se ofrece en charola de plata donde, una vez que se sostiene la copa, hay que tomarla hasta el fondo. El lector aficionado a los libros, el lector graduado en Letras, el lector primerizo (como fue mi caso) y hasta el lector obligado encontrará historias sólidas que, como la ciudad de México, están construidas sobre lagos para después, cuando estamos seguros de nuestra vida, causar un terremoto. Cada cuento, experimental a su manera, plantea situaciones específicas, voces autónomas. Los lugares en los que se desarrollan contribuyen a la identificación del lector: Bellas Artes, el bosque de Chapultepec, un confesionario, lugares que cualquiera conoce pero que el autor los vuelve perturbadores, casi obscenos, al desarrollar en ellos sucesos imprevistos.


Por ejemplo en «Tenga para que se entretenga», cuento que figura en El principio del placer, un niño, Rafael, es secuestrado ante los ojos de la madre. El «secuestrador» sale de un «rectángulo de madera oculto bajo la hierba rala del cerro» y desaparece ante la boca de una cueva, que también se esfuma. Minutos antes de que el hombre apareciera, el niño jugaba con unos caracoles, haciéndoles más difícil el paso. Lo intrigante del cuento no es el por qué se llevan al niño, sino quién. El hombre blancuzco dice en su primer diálogo al pequeño: «Déjalo. No lo molestes. Los caracoles no hacen daño y conocen el reino de los muertos». ¿Acaso el hombre, descrito como «un caracol fuera de su concha» se lleva a Rafael al mundo de los muertos? ¿Fue un castigo por haber martirizado al molusco? Es aquí cuando el lector interviene y decide qué final le parece mejor para el cuento, a partir de las pautas propuestas por el autor.


Pacheco se convierte, con cada lectura, en un sembrador de múltiples semillas; en mí cosechó dudas y búsquedas, curiosidad e investigación y, sobretodo, amor por las letras. Allí descubres el goce y perdición, ambas caras de la moneda literaria. Y, finalmente, no queda de otra más que seguir apostando.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

También es una invitación para que se adentren en la literatura de José Emilio Pacheco
Un saludo!
Jesé

daniel_lenguas dijo...

Valiente esfuerzo por iluminar el camino de algunos que no encuentran salida a sus problemas. Saludos

Anónimo dijo...

Quién no va a querer adentrarse en la literatura de José Emilio Pacheco, después de leer la agradable forma en la que el joven Avendaño comparte su amor por las letras.

Usted también es un sembrador de semillas que poco a poco han ido dando frutos, muy buenos por cierto.

¡Es un placer leerlo! ;)

Salvatiere dijo...

Me hago chiquito, un enano.......... como me entretiene y me pone contento, encontrar material valioso en este espacio tan nuestro........


saludos para ti........


Agustin

Tramontana dijo...

Gracias a Jesé por sus contribuciones a "La tramontana" y a Daniel, Mely y Agustín por visitarnos, espero que siga siendo así =D

¡Muchos saludos!

Anónimo dijo...

mm, tendre que buscar ese libro (el primero)
o buscar quien me lo regale

optare por la segunda

Kotata dijo...

Lindo texto =3