jueves, 10 de mayo de 2007

Edición del domingo 6 de mayo


Rostros de Borges

Durante los próximos meses estaremos comentado, desde la mirada de los jóvenes, la obra de diversos escritores latinoamericanos. El primer turno es para uno de múltiples rostros: Jorge Luis Borges.

Por Miguel Gaona
En el retrato de portada, la mirada gris y ciega dirigida al cielo invita a suponer una plegaria. Sin embargo, negada la visión al retratado, tal gesto –las pupilas apuntando a las alturas– podría significar no pocas cosas. Permitido el arbitrio: la terquedad de un rostro que recuerda la búsqueda continua en los estantes altos de una biblioteca.

Otro de los rostros de Borges es el del maestro, memorioso. Otro, el del poeta, rico en sus búsquedas formales y quizá algo parco en lo emotivo: adorador, por encima de todo, del lenguaje. Otro más el del narrador, intelectual y prodigioso arquitecto de ficciones. Otro el de abnegado hijo. Y otro, muy parecido, de abnegado hijo de Argentina.

En los tres años anteriores a su muerte, ocurrida en 1986, Jorge Luis Borges mantuvo numerosos diálogos radiofónicos con su compatriota Osvaldo Ferrari. La mayoría de estos diálogos fueron transcritos y publicados en una selección amplia entre 1985 y 1987, y fueron seguidos en la imprenta por otro volumen aparecido en 1999, que registra los últimos diálogos de esta larga serie, que por motivos legales habían permanecido inéditos.

Estos diálogos, los últimos, que aparecieron bajo el sello de Editorial Sudamericana, en la serie Señales, bajo el título Reencuentro. Diálogos inéditos, fluyen con la naturalidad de una conversación, pero son dirigidos hábilmente por el entrevistador hacia los derroteros secretos y conocidos a los que la obra borgiana conduce. Quedan plasmados ahí los intereses, manías, opiniones, divagaciones, arrepentimientos, capacidades e incapacidades del genio argentino.

A través de sus diálogos, los rostros de Borges enlistados arriba no se condensan, sino que se suceden e intercalan con una velocidad prodigiosa, como las cartas en las manos del tahúr.

En ellos, emulando la enumeración que el autor hace en el cuento señalado, pueden verse a través de su lucidez y su memoria –increíbles ambas– el cielo y el infierno; la llanura sureña y los rincones del mundo donde esta llanura fue rememorada; un puñado de poetas ingleses, irlandeses, americanos, argentinos; ciertas revistas y la revelación sobre cada una de sus letras; el mar y su indecible canto; películas atravesadas por la emoción y por la crítica; sanatorios de Palermo, de la calle Brasil y de calles y pueblos inventados; los sabios griegos y judíos; su propio rostro, el de Borges, desde incontables perspectivas; la amistad y su eco en las letras de su patria; un crepúsculo europeo y una aurora texana; madrugadas perdidas en las orillas de Buenos Aires; historias universales de la infamia y de la dignidad; metáforas deportivas, religiosas, bélicas que la realidad ha construido, entre muchas otras imágenes que se entrecruzan con las ya mencionadas, modificándolas o modificándose en ese tránsito.

En su prólogo a la primera publicación de sus diálogos con Ferrari, Borges dice: “Unos quinientos años antes de la era cristiana se dio en la Magna Grecia la mejor cosa que registra la historia universal: el descubrimiento del diálogo. La fe, la certidumbre, los dogmas, los anatemas, las plegarias, las prohibiciones, las órdenes, los tabúes, las tiranías, las guerras y las glorias abrumaban al orbe; algunos griegos contrajeron, nunca sabremos cómo, la singular costumbre de conversar”.

Y es en esa singular costumbre que Borges parece deleitarse usando el recuerdo y la perseverancia —dotes intelectuales, ideales, del lenguaje y la cronología— como armas principales contra la muerte y el olvido.

Jorge Luis Borges, Osvaldo Ferrari. “Reencuentro. Diálogos Inéditos”. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1999. 240 pp.

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